Por Jorge TRASLOSHEROS |
Entre Joseph Ratzinger y Jorge Bergoglio existe una afinidad y continuidad sorprendentes. Lo que Benedicto XVI es a la teología, Francisco lo es a la pastoral. Resulta “diosidente” que el año de la Misericordia empate con los diez años de la publicación de la encíclica “Deus Caritas Est”. Al respecto quiero compartir siete reflexiones.
1.- Cuando ponemos en secuencia aquella encíclica con la Exhortación Apostólica de Francisco “Evengelii Gaudium”, parecen salidas de la misma inteligencia. Si la primera trata del modo de ser cristiano, la segunda propone un modo de ser Iglesia en misión y, juntas, sintetizan lo mejor de la teología y la pastoral del último siglo e iluminan el camino de la Iglesia en el tercer milenio.
2.- Para entender esta notable afinidad, necesitamos volver al Concilio Vaticano Segundo. Los padres conciliares propusieron dos acciones necesarias para ser Iglesia: regresar a las fuentes y recuperar la capacidad de dialogar con el mundo. Sólo así la Iglesia podría hacerse cargo de las penas y las esperanzas de la humanidad. Dejaron claro que pensar y actuar correctamente son hechos complementarios. Si falta la inteligencia, vaciamos de significado la evangelización en aras de un activismo que termina por hacernos indistinguibles de una simple ONG; si falta la acción, podemos convertimos en puritanos, en “maestros de la ley” ajenos a la misericordia. Bergoglio y Ratzinger representan esta experiencia eclesial inteligente y evangelizadora.
3.- La recepción del Concilio no fue sencilla. Fue rechazado con virulencia por tradicionalistas, pretendidos progresistas y promotores de la “mundanidad espiritual” al estilo Sodano. Mientras Ratzinger, el teólogo, emprendía la tarea de aplicar, explicar y defender el Concilio; Bergoglio, el pastor, lideraba su recepción y aplicación en América Latina como provincial y rector del Colegio Máximo de los jesuitas argentinos y, después, como arzobispo y cardenal de Buenos Aires. Ambos, ahora lo sabemos, enfrentaron las mismas desviaciones teológicas, pastorales y espirituales que rechazaban el Concilio.
4.- Estos hombres compartieron la convicción de que en la Iglesia latinoamericana se gestaba una gran riqueza. Por eso, Ratzinger salió a la defensa y rescate de lo mejor del pensamiento teológico en sus célebres documentos de 1984 y 1986. En el primero, advertía de la incompatibilidad entre marxismo y cristianismo, por lo que resultaba absurdo usarle como vía de expresión del Evangelio. En el segundo, hacía la más valiente defensa de la teología de la liberación como un aporte necesario, significativo y original de este “continente de la esperanza”.
5.- Bergoglio hizo algo similar desde la experiencia pastoral. Esos teólogos, pastores y laicos afectos al marxismo cometieron el error de pretender convertir el Evangelio en una proclama ideológica, a la Iglesia en movimiento político y a la pastoral en acción revolucionaria. Alejado de ellos, así como de tradicionalistas y mundanos, hizo una propuesta pastoral desde la misericordia para encarnar el Evangelio en el “pueblo fiel de Dios”, a partir de las periferias sociales y existenciales habitadas por personas de carne y hueso, no por ideologías. El teólogo y el pastor actuaron en sintonía como miembros de una misma Iglesia.
6.- Ratzinger y Bergoglio también compartieron la condena, la leyenda negra y el trato injusto dentro y fuera de la Iglesia, así como los sabotajes del Cardenal Sodano, su más poderoso detractor. Pero jamás renunciaron a la esperanza. Ambos llegaron a la sede de San Pedro en el momento en que más se les necesitaba y se mostraron como los grandes reformadores que ya eran.
7.- La sintonía y continuidad entre Benedicto y Francisco sólo se puede explicar desde la más profunda de sus convicciones. Como afirman en los citados documentos: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Es el encuentro con Jesús de Nazaret quien nos llama a la “dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
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