Por Antonio MAZA PEREDA |
Asomarse a la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia es como asomarse a las Barrancas del Cobre, en México. La majestuosidad, la profundidad del panorama a la vez espanta y fascina; dan ganas de dejarse caer hacia ese abismo al cual no se le ve término. Y, para un aprendiz de escritor como su servidor, tratar de escribir sobre esta Exhortación da miedo, porque sabe uno que no hará justicia a tanta belleza, que podrá fácilmente omitir algo importante o malinterpretar alguno de sus profundísimos conceptos. Lo único a lo que puede uno aspirar es a animar a su lector a que entre y vea con sus propios ojos este prodigio.
La Exhortación va dirigida a Obispos y clero en general, a los esposos cristianos y a todos los fieles laicos, pero en particular el capítulo sexto va dirigido a los agentes de la pastoral familiar y, en cierto modo, forma el núcleo del quehacer pastoral que el Papa está pidiendo. También ha sido lo más noticioso, donde se han buscado rupturas con la tradición sin encontrarlas y a la vez donde están algunas novedades.
Empieza diciendo que son las familias son los principales sujetos de esta pastoral, sobre todo«aportando el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias, iglesias domésticas(1)” por lo cual se requiere de “un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la propia familia(2)”.
El trabajo principal de este esfuerzo lo ve el Santo Padre en la parroquia, a la que llama una familia de familias. Esto pone sobre los párrocos una carga verdaderamente importante, dado que no todas las parroquias cuentan con lo que el documento llama «los aportes de las pequeñas comunidades, movimientos y asociaciones eclesiales(3)” que no siempre están disponibles. Lo cual significa que aplicar las indicaciones de esta exhortación pasa por un esfuerzo importante para el desarrollo y revitalización de las parroquias.
Otra condición importante es la preparación del propio clero. El Papa dice que «se ha destacado que a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada para tratar los complejos problemas actuales de las familias(4)» lo cual requiere «[privilegiar] el testimonio de las familias(5)». Obviamente el esfuerzo que el Papa pide requiere de una participación muy importante de los seglares.
El Papa Francisco hace bastante énfasis en la preparación prematrimonial. Consciente de que la relación no es algo simple y que no es fácil llevar: «Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el objetivo de un breve curso previo a la celebración del matrimonio(6)». Es claro que no basta con lo que actualmente se hace. La preparación «[no] puede reducirse a los preciosos recursos espirituales que siempre ofrece la Iglesia, sino que también deben ser caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas(7).» Además debe haber apoyos concretos: «Debe ser posible indicarles lugares y personas, consultorías o familias disponibles, donde puedan acudir en busca de ayuda cuando surjan dificultades(8)”. Un tema en el cual, por desgracia, en muchos casos actualmente se lleva a cabo de un modo rutinario, ofreciendo pláticas prematrimoniales donde no se tratan las verdaderas inquietudes de los futuros esposos, sino donde se les señalan una serie de reglas y obligaciones sin mucho énfasis en el amor mutuo.
Un paso importante en este concepto de prevenir problemas en la familia, y lo que para muchos una novedad, es la idea de dar un acompañamiento cercano a las parejas durante los primeros cinco años de matrimonio. Todo un reto. El tamaño del esfuerzo y de la tarea es enorme. Sólo por poner un ejemplo: en México cada año hay 578,000 matrimonios nuevos. O sea, en cinco años habrá aproximadamente dos millones 900,000 matrimonios que requerirán de acompañamiento. Si consideramos que en México hay aproximadamente 17,500 sacerdotes, esto significa que cada sacerdote debería dar acompañamiento a 165 matrimonios. Más o menos, reunirse con una familia cada tercer día, de manera que reciban acompañamiento al menos una vez al año. Poquísimo. Lo cual significa que la carga de esta tarea de la parroquia debe ser fuertemente apoyada por las familias y las religiosas; de otra manera sería claramente insuficiente. La respuesta está en la parroquia: «La parroquia se considera el lugar donde los cónyuges expertos pueden ofrecer su disponibilidad a ayudar a los más jóvenes, con el eventual apoyo de asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades(9)». Y no habría que olvidar las periferias: las familias formadas por uniones de hecho, que también deberían ser parte de un esfuerzo para apoyarles en su relación, aunque muchas veces no se les apoya pensando que su separación, dado que no hubo un sacramento de por medio, es menos grave. Pero no es menos dolorosa para ellos ni para los hijos de estas uniones.
Hay mucho más por ver. Seguramente esto merece otra exposición aparte. La Exhortación trata el desafío de las crisis de diversos tipos que se presentan en la relación: la infidelidad, el abandono, el tema del «nido vacío»: cuando matrimonios con muchos años de convivencia se separan una vez que los hijos han dejado el hogar. En México, al menos, el segundo pico en las estadísticas de divorcios ocurre aproximadamente entre los 35 y 40 años de convivencia, cuando se combinan la salida de los hijos del hogar familiar y la jubilación de los cónyuges.
Se habla también de las Viejas Heridas, del acompañamiento después de las rupturas y los divorcios, a los que han sido abandonados injustamente o aquellos que se han visto obligados a romper su relación debido a los maltratos. Un tema muy importante: en México, por lo menos, el número de separaciones de hecho es sustancialmente mayor que el de los divorcios y es un tema que raramente se trata como objeto de la pastoral.
Tal vez el tema más mediático, justamente por lo extraordinario, es el concepto que maneja la Exhortación sobre los divorciados vueltos a casar: «A las personas divorciadas que viven en una nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que no están excomulgadas(10)».
Y otros temas más, a los que el documento llama «Situaciones Especiales»: los matrimonios mixtos, las uniones homosexuales, las familias monoparentales y la viudez. Temas todos ellos que deben de ser objeto de una atención pastoral.
El contenido de este capítulo seguramente nos llevará mucho tiempo reflexionar y asimilar. Aquí no he hecho más que una mera descripción superficial. Las indicaciones son claras, la manera de llevarlas a cabo está por desarrollarse. Es claro que no bastará con la labor del clero y también lo es que si los seglares, las familias, no hacen una aportación importante en el tema, estas indicaciones serán resueltas de un modo muy parcial. También es claro que estas indicaciones son válidas también cuando nuestra Iglesia trate de apoyar a los matrimonios de otras religiones o sin religión, con unión formal o no, dado que las problemáticas son las mismas y el daño para la sociedad, y sobre todo para los niños, son iguales.
Una vez más, la pregunta es para todos nosotros la Iglesia: ¿estaremos a la altura del reto que se nos plantea? La magnitud del reto nos abruma. Podemos caer en la desesperanza: somos muy pocos y la tarea es inmensa. Lo que me recuerda la actitud de la Madre Teresa de Calcuta, cuando le decían que, no importando lo extendido de sus esfuerzos, nunca resolvería los problemas de los pobres y los abandonados. Y ella respondía, palabras más, palabras menos que lo importante era que aquellos, pocos o muchos a los que podría apoyar, estaban mejor que si no tuvieran su ayuda.