El cristiano debe ser “luz y sal”, pero “la luz y la sal, son para los demás, no para sí mismo. La luz no se ilumina a sí misma; la sal no se da sabor a sí misma”. Y la oración es la batería para crear la luz. Lo dijo el Papa Francisco durante la misa celebrada en la casa Santa Marta, comentando el pasaje del Evangelio (Mt 5,13-16) en el cual Jesús dice a los discípulos que ellos son la sal y la luz del mundo.

Jesús observó Francisco, habla siempre “con palabras fáciles, para que todos puedan entender el mensaje”. De aquí la definición del cristiano que debe ser luz y sal. Ninguna de las dos cosas, observó el Papa es para sí misma: “La luz es para iluminar al otro; la sal es para dar sabor al otro”. Pero, ¿cómo puede hacer el cristiano hacer que la sal y la luz no disminuyan, para que no se termine el aceite para encender las lámparas? “¿Cuál es la batería del cristiano para crear la luz? Simplemente la oración. Tú puedes hacer muchas cosas, muchas obras, incluso obras de misericordia, tú puedes dar muchas cosas a la iglesia -una universidad católica, un colegio, un hospital…- y hasta te harán un monumento como benefactor de la Iglesia, pero si no rezas, eso será un poco oscuro. Cuántas obras se vuelven oscuras por falta de luz; por falta de oración. Aquello que mantiene, lo que da vida a la luz cristiana, lo que ilumina es la oración”.

La oración “en serio”, “la oración de adoración al Padre, la alabanza a la Trinidad, la oración de agradecimiento, también la oración de pedir cosas al Señor, pero la oración del corazón”. Ese, dijo “es el aceite, esa es la batería, que da vida a la luz”. También la sal, continuó. “no da sabor a sí misma”. “La sal se convierte en sal cuando se da. Y esta es otra actitud del cristiano: darse. No conservar para sí  mismo. La sal no es para el cristiano, es para darla. El cristiano la tiene para darla, es sal para darse, pero no es para sí. Ambos -esto es curioso-, luz y sal, son para los demás, no para sí mismos. La luz no se ilumina a sí misma; la sal no se da sabor a sí misma”.

Cierto, observó, nos podríamos preguntar hasta cuándo podrán durar la sal y la luz,  si continuamos dándonos sin parar. Allí “entra la fuerza de Dios, porque el cristiano es una sal donada por Dios en el bautismo”, es “una cosa que te es dada como don, y que continúa siéndote dada como don si tú continúas dándola, iluminando y dando. Y no se termina jamás”.

Esto es justamente lo que sucede en la Primera Lectura sobre la viuda de Sarepta que confía en el profeta Elías y así, la harina y el aceite no se consuman nunca. Luego, el Papa dirigió un pensamiento a la vida presente de los cristianos: “Ilumina con tu luz, pero defiéndete de la tentación de iluminarte a ti mismo. Esta es una cosa fea, es un poco la espiritualidad del espejo: me ilumino a mí mismo. Defiéndete de la tentación de cuidarte a ti mismo, Sé la luz para iluminar, sé sal para dar sabor y conservar”. La sal y la luz, dijo además, “no son para sí mismos”, son para dar a los demás “en buenas obras”. Y así “resplandezca vuestra luz delante de los hombres. ¿Por qué? Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. O sea: volver a aquél que te dio la luz y que te dio la sal”. “Que el Señor no ayude en esto -concluyó el Papa- siempre cuidar la luz, no esconderla, ponerla en acto”. Y la sal, “darla en su  justa medida,  lo que sea necesario, pero darla”, porque así crece. “Estas son las buenas obras del cristiano”.

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