Por Fernando PASCUAL |

 

Cuando Cristo caminaba por tierras de Judea y de Galilea, decenas, centenares de personas buscaban estar a su lado, escuchar sus palabras, recibir sus beneficios.

También los pecadores podían acercarse al Maestro. No se sentían ni condenados ni rechazados. La bondad y la misericordia estaban allí, a la mano de todos.

En ocasiones, no era la gente quien se acercaba a Jesús, sino que Él mismo se acercaba a personas concretas: a un publicado como Mateo, a un paralítico en Jerusalén, a una viuda que caminaba tras el cadáver de su hijo.

Después de tantos siglos, ¿ocurre algo parecido? Quizá sin darnos cuenta, Cristo sigue en camino. ¿Cuántos buscan tocarlo? ¿Cuántos le escuchan?

Al mismo tiempo, el Señor se acerca de maneras diferentes a cada uno. A este le da un consuelo inesperado. A aquel una curación imprevista. Al de más allá, la fuerza para ir a confesar sus pecados.

En un mundo donde centenares de distracciones asfixian las almas y donde las miradas y el corazón están atrapadas por una pantalla o por mil preocupaciones, hace falta abrir los ojos para descubrir nuevamente al Maestro.

Entonces será posible el milagro de nuevas conversiones. Hombres y mujeres romperán con sus pecados, entrarán en el mundo de la misericordia, pedirán perdón y sabrán perdonar a sus enemigos.

Cristo sigue en camino en la larga historia humana. Quizá ahora puedo dejar mis planes y mis temores para escucharle, abrir la puerta, y dejarle entrar en lo más íntimo de mi alma…

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