¿Quién es mi prójimo? ¿A quién amo como a mí mismo? ¿Mis parientes? ¿Mis amigos? ¿Mis compatriotas? ¿Los de la misma religión? … Estas son las preguntas que hace el Papa Francisco antes de la oración mariana del Ángelus a la plaza llena de fieles que le escuchan. Preguntas tomadas del pasaje del Evangelio de hoy sobre la parábola del buen samaritano: justamente el «comportamiento del hombre que no sigue la religión verdadera» es el ejemplo elegido por Jesús para explicar la compasión.

El pontífice explicó que: «Esta parábola, en su relato sencillo y estimulante, indica un estilo de vida, cuyo baricentro no somos nosotros mismos, sino los demás, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y que nos interpelan. Los demás nos interpelan. Y cuando los demás no nos interpelan, algo allí no funciona; algo en aquel corazón no es cristiano».

“Jesús usa esta parábola en el diálogo con un Doctor de la Ley, a propósito del dúplice mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos. “Sí – replica aquel Doctor de la Ley  – pero dime,¿quién es mi prójimo?” También nosotros podemos plantearnos esta pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién debo amar como a mí mismo? ¿A mis parientes? ¿A mis amigos? ¿A mis compatriotas? ¿A los de mi misma religión?… ¿Quién es mi prójimo?”.

Jesús responde con una parábola: “Un hombre, a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó, fue asaltado por unos ladrones, agredido y abandonado. Por aquel camino pasan primero un sacerdote y después un levita, quienes, aun viendo al hombre herido, no se detienen y siguen adelante. Después pasa un samaritano, es decir un habitante de la Samaria, y como tal, despreciado por los judíos porque no observaba la verdadera religión. Y, en cambio él, precisamente él, cuando vio a aquel pobre desventurado, “se conmovió”. “Se acercó y vendó sus heridas (…), “lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo”. Y al día siguiente, lo encomendó al dueño del albergue, pagó por él y dijo también pagaría lo demás”.

En este punto, continuó el Papa, «Jesús se dirige al Doctor de la Ley y le pregunta: “¿Cuál de los tres – el sacerdote, el levita o el samaritano – te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. Y aquel – porque era inteligente – responde naturalmente: “El que tuvo compasión de él”. De este modo Jesús ha cambiado completamente la perspectiva inicial del Doctor de la Ley  – ¡y también la nuestra! –: no debo catalogar a los demás para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser o no ser prójimo – la decisión es mía –, depende de mí ser o no ser prójimo de la persona que encuentro y que tiene necesidad de ayuda, incluso si es extraña o incluso hostil. Y Jesús concluye: “Ve, y procede tú de la misma manera”. ¡Hermosa lección! Y lo repite a cada uno de nosotros: “Ve, y procede tú de la misma manera”, hazte prójimo del hermano y de la hermana que ves en dificultad. “Ve, y procede tú de la misma manera”. Hacer obras buenas, no decir sólo palabras que van al viento. Me viene en mente aquella canción: “Palabras, palabras, palabras”. No. Hacer, hacer. Y mediante las obras buenas, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo, nuestra fe brota y da fruto. Preguntémonos – cada uno de nosotros responsa en su propio corazón – preguntémonos: ¿Nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe produce obras buenas? ¿O es más bien estéril, y por tanto está más muerta que viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de lado? ¿Soy de aquellos que seleccionan a la gente según su propio gusto?”.

Estas preguntas, concluye la primera de las oraciones, “está bien hacérnoslas y hacérnoslas frecuentemente, porque al final seremos juzgados sobre las obras de misericordia. El Señor podrá decirnos: Pero tú, ¿te acuerdas aquella vez, por el camino de Jerusalén a Jericó? Aquel hombre medio muerto era yo. (cfr Mt 25,40-45) ¿Te acuerdas? Aquel niño hambriento era yo. ¿Te acuerdas? Aquel emigrante que tantos quieren echar era yo. Aquellos abuelos solos, abandonados en las casas para ancianos, era yo. Aquel enfermo solo en el hospital, al que nadie va a saludar, era yo. Que la Virgen María nos ayude a caminar por la vía del amor, amor generoso hacia los demás, la vía del buen samaritano. Que nos ayude a vivir el mandamiento principal que Cristo nos ha dejado. Este es el camino para entrar en la vida eterna”.

Después del Ángelus, Francisco recordó que hoy es el «Domingo del Mar», en apoyo de la pastoral de la gente de mar: «Animo a la gente de mar y los pescadores en su trabajo, a menudo difícil y arriesgado, así como los capellanes y voluntarios en su valioso servicio. ¡Que María, estrella del Mar, vele sobre ellos!».

Inmediatamente después de los saludos de rigor a los peregrinos presentes – con un saludo especial para los argentinos presentes «que hacen ruido aquí» – y finalmente desear a todos un feliz Domingo: «No se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!».

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