Por Antonio MAZA PEREDA |

A días de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Cracovia, hay todavía mucho por reflexionar. La cobertura de los medios tradicionales se quedó, como era de esperarse, en la anécdota, en lo descriptivo y lo “noticioso”: que si el Papa resbaló, que si eran muchos o pocos, que si gritaban o no, que Francisco dijo o no dijo tal o cual cosa y fallaron en entender lo fundamental. Lo peor es que no entienden que no entienden. Y a los medios católicos nos han faltado el tiempo y los recursos para tratar de obtener y transmitir todo el provecho de estos días excepcionales.

No pretendo tener la clave para una interpretación plena de este evento. Creo, eso sí, que debo contribuir con mi grano de arena. Creo que todos, lectores y comunicadores, debemos hacer un esfuerzo para contribuir a esclarecer, desde diferentes lecturas, el mensaje de Pedro al Cuerpo Místico de Cristo. Así como encontrar los modos concretos como estas enseñanzas deben aplicarse. Creo también que se requiere más que un artículo y que se requieren muchos artículos y mucho debate para entender lo que esta JMJ nos pide a todos, jóvenes y no tan jóvenes.

Primero, ¿Por qué los jóvenes? Parece ociosa la pregunta. Porque ahí está el futuro. Porque de ellos depende el futuro del mundo y de la Iglesia. Por qué, aunque no se los digamos, los necesitamos. Muchísimo. Pero esto va mucho más allá de un mero cálculo de conveniencias. Los jóvenes, porque merecen y necesitan de una esperanza plena. Una que ni el Mundo, ni el dinero ni la tecnología les están dando.

El Mundo les está diciendo que sean felices. Y al mismo tiempo está aceptando que en muchos países el 50% de los jóvenes estén desempleados. Les dicen que disfruten de su juventud y que disfruten de su sexualidad, pero proponiéndoles al mismo tiempo que no disfruten uno de los frutos del amor sexual, que es formar familia y gozar de sus hijos, de su maternidad y su paternidad. Mediante condiciones económicas que hacen difíciles a los jóvenes tener familia y mediante una presión social que hace que se tenga miedo a tener hijos.

Un Mundo que les propone el éxito económico como la gran meta, y les ofrece una educación mediocre que, de acuerdo a los estudios comisionados por la OECD y el Foro de Davós, hace que muchos egresados de las universidades y escuelas técnicas en los países desarrollados y de desarrollo intermedio, no tengan las capacidades requeridas por sus empleadores. Un Mundo que les propone el placer a costa de su salud. De esas y otras maneras les propone una situación que solo puede promover la desesperanza. Les propone el bienestar personal así como el económico y pone obstáculos para que lo alcancen. No son de extrañar las altas tasas de suicidios, de alcoholismo y otros males entre los jóvenes, y en mayor medida en los países altamente desarrollados.

Ante toda esa desesperanza, la solución del Mundo se reduce a decir: “aprovecha ahora todo lo que puedas, porque no hay nada más. Cuando seas viejo, ya no podrás aprovechar lo que te ofrezco. Y cuando mueras, todo se habrá acabado. Sé realista. Esa es la vida. Apesta, pero esa es”. Y la reacción lógica, normal, es la tristeza, la abulia, la “comodidad del sofá”, de la que habló el Papa Francisco. Y no se les puede culpar de ello. Este Mundo que construyeron los adultos, no les deja otra salida a muchos jóvenes. Y, a propósito, a muchos no tan jóvenes.

El mensaje del Papa Francisco, en mi opinión, puede leerse de otra manera. Fue y sigue siendo un canto a la esperanza. Dijo: hay otras realidades posibles. Hay otros modos de ver la vida. Y hay una esperanza que no falla, que perdura. Que da sentido a todo, porque esto no es lo único que hay.

El Papa no vino a regañar a los jóvenes, a deplorar sus fallas. Tampoco vino a condonar los hechos de aquellos que viven buscando una alegría que no dura, que no les llega y que, frecuentemente, les obsesiona. El Papa vine a decirles: “Los queremos. Creemos en ustedes. Los necesitamos. Son importantes. Hemos escuchado su sufrimiento y sabemos que esto no tiene que ser así” En resumen, el Papa viene a proponer otras prioridades a los jóvenes y a todos los que estén dispuestos a escuchar. Porque ahí está el gran tema. El dinero no es malo. El éxito no es malo. El placer no es malo. El amarnos a nosotros mismos no es malo. Lo malo es darles la mayor prioridad, de manera que terminemos poniéndolos en el primer lugar. Y acabar adorando al dinero, al éxito, al placer o a nosotros mismos. Haciéndolos nuestro dios y sacrificando nuestras vidas por alcanzar esas prioridades que el Mundo nos presenta.

Este cambio de prioridades fue propuesto a los jóvenes de muchos modos. Como un cambio posible, gozoso, disfrutable, alcanzable. Muy deseable. Y, hasta donde alcanza mi limitado entendimiento, se necesitan algunos artículos más y mucha participación de todos nosotros, el Cuerpo Místico de Cristo para entender y proponer como aplicar otras prioridades. Que el Papa no puede hacer todo solo.

@mazapereda

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