AGENDA INTERNACIONAL | Por Georg EICKHOFF |
Estaba en mi oficina en el centro de Berlín, no muy lejos de la Puerta de Brandemburgo. En el pasillo, me tropecé con un colega que, por ser vocero de prensa, siempre tenía un televisor encendido en su despacho. Levantó los brazos en señal de alarma: “Acaba de impactar un avión en el World Trade Center de Nueva York”. Me imaginaba un avión de hélices para pocos pasajeros. Fuimos a su oficina y vimos, en pantalla, las imágenes ya del segundo impacto. Fue otro avión grande con centenares de pasajeros a bordo. No cabía duda de que era un ataque terrorista. Me acuerdo de que me fui temprano a casa y, en el metro hacia la Avenida Carlos Marx de Berlín Oriental, donde vivía entonces, se fijó una frase en mi pensamiento. “Va a haber guerra”.
Hubo guerra y hay guerra. Es la guerra global contra el terrorismo que inició hace 15 años, cuando fue atacado – por primera vez desde Pearl Harbour (7 de diciembre de 1941) – el territorio de los Estados Unidos. Otro recuerdo del momento: me quedé despierto, en la madrugada del 21 de septiembre de 2016, en Berlín, para ver en vivo el discurso del Presidente George W. Bush sobre el estado de la Nación, en Washington. Me parece, hasta hoy, que fue un gran discurso, aunque el orador sea recordado como mediocre y la ocasión como monstruosa. Bush declaró la guerra contra el terrorismo que hasta hoy no ha cesado.
Otro gran discurso para la historia, fue él de Barack Obama, 10 años más tarde, el 2 de mayo de 2011, anunciando que el hombre detrás del ataque a las Torres Gemelas, Osama Bin Laden, había sido abatido en un operativo militar secreto, en Pakistán. Enseguida, su cuerpo fue lanzado al mar. Desde entonces, el terrorismo no ha cesado. Más bien se ha convertido en una marea que invade los espacios diarios de la gente, en muchos países del mundo.
Hay ataques muy planeados como él del 11 de septiembre 2001, pero son más y más preocupantes los ataques con medios sencillos como, por ejemplo, un camión que atropella a una multitud festiva. Así ocurrió, el pasado 14 de julio, en Nizza. Queda cada día más claro que no hay una protección efectiva contra la enfermedad del corazón que es el fanatismo asesino. ¿Quién podría haber parado el cobarde asesinato del Padre Jacques Hamel, en su parroquia, en Normandía?
Hay que enfrentar el hecho de que el terrorismo nace de corazones enfermos, enfermos de fanatismo religioso, en muchos casos. Los cristianos deben reconocer que ellos mismos duraron siglos para superar la mezcla diabólica de religión y violencia y deben estrechar la mano del diálogo a los musulmanes que buscan la maduración de su fe y de su comunidad hacia el amor por la paz y hacia la conversión de los corazones.