Fernando PASCUAL |
La vida es un camino. Cada uno escoge hacia dónde dirige sus pasos. La mirada y el corazón recuerdan continuamente la meta.
Para el cristiano, la meta es Jesús. Por eso tenemos los ojos puestos en Él, junto a tantos hombres y mujeres que nos acompañan (cf. Hb 12,1-4).
Sentimos, sin embargo, un peso que nos impide volar. Tentaciones y pecados, luchas y derrotas, tristezas y desalientos.
El enemigo espera que las tinieblas oscurezcan la certeza del cielo que nos espera. Desea que nuestro corazón sucumba ante la fuerza del viento. Quiere que apartemos la mirada de la meta.
Hay que sacudir toda modorra y abrir los ojos. Las nubes, ciertamente, impiden ver la luz del sol, pero no destruyen en el corazón del creyente la certeza de la fe.
Más allá de la tormenta, por encima de las dificultades, la mirada sigue puesta en Jesús. Hay que seguir en la lucha. Cada día nos acerca a la victoria.
La fuerza nos llega cuando bebemos del agua espiritual y cuando estamos fundados en la Roca verdadera, la que nunca falla: Cristo (cf. 1Co 10,4).
Miramos a Jesús. La paz llega a lo más íntimo del alma. Seguimos en camino, con la certeza de que “quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1,6).