ESPECIAL | CANONIZACIÓN DE JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO |

Por Gilberto Hernández García |

Este domingo 16 de octubre, el Papa Francisco canonizará al adolescente mártir de la época cristera José Sánchez del Río, luego de haber aprobado un milagro obrado por su intercesión.

José nació en Sahuayo, Michoacán, el 18 de marzo de 1913; sus padres fueron Macario Sánchez y María del Río. Joselito, como era llamado familiarmente, fue el tercero de cuatro hermanos: Macario, Miguel y María Luisa. Fue bautizado en la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo, lugar donde sería encarcelado y donde comenzará su martirio casi quince años más tarde. Su primera comunión la hizo a la edad de 9 años.

Joselito “acudía al catecismo y se distinguía por su compromiso en las difíciles actividades parroquiales”, “se acercaba a los sacramentos, cuando podía, porque el culto público estaba prohibido, poniendo en peligro su vida; rezaba cada día el santo Rosario junto con su familia. A pesar de ser todavía muy joven, José sabía muy bien lo que estaba viviendo México en aquella persecución”, relata el padre Fidel González, misionero comboniano, postulador de la causa de canonización del adolescente.

La Guerra cristera en México

Como es sabido, en agosto de 1926 los obispos de México ordenaron la suspensión del culto en todos los templos del país, debido a la llamada “Ley Calles”, que imponía a la Iglesia, a los fieles todos, una serie de restricciones que hacía imposible la libre vivencia de la fe. Hubo algunas iniciativas, tanto eclesiales como civiles, para echar abajo esas leyes; sin embargo, el presidente Plutarco Elías Calles estaba resuelto a no ceder. Así que algunos católicos, gente sencilla y de gran convicción religiosa, se alzaron en armas para luchar por su derecho de vivir su fe en libertad.

Conforme cundía el movimiento cristero (así les llamaban, debido a su grito de guerra: “Viva Cristo Rey”; y al Cristo que traían al cuello o en sus ropas), mucha gente, entre ellos muchos jóvenes, se unieron a la causa. Uno de esos entusiastas jóvenes que quiso colaborar con el restablecimiento de la libertad de culto, fue José. Un año antes de su martirio, José se unió a las fuerzas “cristeras” del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán, no como miliciano debido a su corta edad, sino como asistente de los que combatían.

Se cuenta que cuando pidió permiso a sus padres para integrarse a las fuerzas cristeras, tal como ya lo habían hecho sus dos hermanos mayores, le dijeron que no, pero él replicó con sencillez: “Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el cielo”. Al verlo tan resuelto, sus padres le concedieron ir. Sin embargo, el 6 de febrero de 1928 fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar un castigo ejemplar a la población civil que apoyaba a los cristeros; le exigieron renegar de su fe en Cristo, so pena de muerte pero José no aceptó, así que fue sometido a torturas, ordenadas por su propio padrino, el diputado Rafael Picazo.

“Haz la voluntad de Dios”

Desde la cárcel escribió a su madre: “Mi querida mamá: fui hecho prisionero en combate este día. Creo en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por la última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del Río”.

El 10 de febrero cerca de las once de la noche le desollaron los pies con un cuchillo, lo obligaron caminar al cementerio municipal. Los verdugos querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad inhumana, pero no lo lograron. Sus labios sólo gritaban vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Los vecinos escuchaban con infinita pena los gritos llenos de valor y fervor cristiano que José lanzaba en medio de la noche: “¡Viva Cristo Rey!”.

Ya en el panteón viendo su fe y fortaleza que no se amilanaba ante el tormento, el jefe de la escolta que presidía la ejecución ordenó a los soldados que lo apuñalaran para evitar que se escucharan los disparos en el pueblo. A cada puñalada José gritaba con más fuerza: “¡Viva Cristo Rey!”.

Luego, el jefe de la escolta dirigiéndose a la víctima le preguntó si quería enviarle algún mensaje a su padre. A lo que José respondió indoblegable: “¡Que nos veremos en el cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. En ese mismo momento para acallar aquellos gritos que lo enfurecían, él mismo sacó su pistola y le disparó en la cabeza. José cayó bañado en sangre, ahogando así el último grito de su jaculatoria ritual para la muerte. Eran las once y media de la noche del viernes 10 de febrero de 1928. Su cuerpo quedó sepultado sin ataúd y sin mortaja.

El milagro que la llevó a los altares

En 1954, su madre exhumó sus restos para trasladarlos a una cripta de la parroquia del Sagrado Corazón, en su natal Sahuayo. El 1 de mayo de 1996 se abrió su proceso de beatificación y el 22 de junio de 2004 se reconoció su martirio. El 20 de noviembre de 2005, fiesta de Cristo Rey, fue beatificado en Guadalajara, Jalisco, juntamente con  otros 12 mártires de la Guerra Cristera.

El 21 de enero de este 2016 el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto mediante el cual, por un milagro atribuido a su intercesión, es declarado santo este domingo. Se trata de la curación milagrosa de Ximena Guadalupe Magallón Gálvez, una bebé mexicana que tuvo meningitis, tuberculosis, convulsiones y que sufrió un infarto cerebral; y para quien “humanamente ya no había esperanza de vida”. Hoy en día la niña tiene 7 años de edad y no registra ninguna secuela de lo que le pasó y que los médicos no pudieron explicar jamás. Ella se presenta como “Lupis, la niña del milagro de Joselito”.

 

 

 

 

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