Por Felipe MONROY |

Pasaba del mediodía del 18 de enero cuando a través de un mensaje de whatsapp recibí el fragmento de video de un circuito cerrado de televisión donde se ve a un adolescente entrar a cierto salón de clases con un arma de fuego y disparar contra un par de compañeros y su maestra; un par de segundos más tarde, él mismo detona pistola contra su sien. No tiene sonido. En la esquina superior, aparecen inmutables la fecha y el reloj con segunderos: 18-01-2017 08:51:24 y en uno de los muros del salón la malograda palabra “ONESTY”. Solo eso.

Soy periodista y desde las nueve de la mañana sabía el contexto. Junto a muchos colegas estuvimos al pendiente de los acontecimientos en el Colegio Americano del Noreste en Monterrey. La información fluía sin cesar y, por ello, por responsabilidad profesional, debía verificar el origen y la veracidad del video antes de contemplarlo como un material audiovisual legítimo. Una vez verificado, la siguiente responsabilidad fue preguntarse si se debe publicar este tipo de información o no. Y, en ese debate aún nos encontramos.

Sin embargo, quien me envió el video no es periodista y no trabaja en ningún medio, quizá pensó que, como yo sí, podría interesarme o hacerlo llegar a más gente. Personalmente decidí no divulgarlo pero me inquietó una pregunta: ¿Cómo llegó el video del crimen a mi whatsapp? Así que le pregunté a mi fuente cómo lo había obtenido él; me dijo que se lo había enviado alguien más –un primo-. Le pedí que le preguntara a su primo quién se lo había enviado. Dijo que lo había recibido de un compañero del trabajo quien a su vez lo recibió de un amigo periodista; pero el colega afirmaba que, a su vez, había recibido el video de un familiar que trabaja en el gobierno. En ese punto desistí en la misión de encontrar el origen del video y llegué a una reflexión: Aun si el medio para el que trabajo divulgaba el vídeo, seguramente no llegaría a tanta gente como ya había llegado en ese momento y como lo seguiría haciendo a cada segundo mientras en las redacciones nos debatíamos entre éticas y deontologías legales si se publicaba o no.

Esto es lo que debemos poner en perspectiva antes de abordar la ética profesional periodística que guarda un largo cuerpo de experiencia e investigación, pero no existe nada respecto a todo lo que sucede en redes sociales o aplicaciones de mensajería grupal.

 

Medios y ética

Como siempre sucede en eventos que estremecen y polarizan rápidamente a la opinión pública, es necesario hacer una valoración del deber de los medios de comunicación, así como de los usuarios particulares que generan y propagan información a través de múltiples redes.

El crimen del Colegio Americano del Noreste ha suscitado un nuevo debate sobre el papel que deben asumir los medios de comunicación y los usuarios de redes de información frente este tipo de acontecimientos.

Por un lado, se promueve un principio legal –vigente en México- que prohíbe claramente la difusión y divulgación de datos o registros personales de menores involucrados en crímenes; junto a ello, se cuestiona si, además de la ley, es necesario establecer principios morales –aduciendo respeto a las víctimas y a sus familiares- para evitar la difusión de imágenes crudas de violencia que poco aportan a la responsabilidad de mantener y mantenerse informados.

Por supuesto, hay otra perspectiva: Muchos medios de comunicación y usuarios se han manifestado contra la restricción y propugnan por el derecho y la libertad de transmitir entre sus audiencias tanto datos como detalles, registros fotográficos o audiovisuales, de crímenes de alto impacto social sin importar las condiciones ni ciertas atenuantes morales o legales tipificadas para ello.

Los argumentos de estos últimos no refieren “utilidad” o “necesidad” de la información comprendida como un servicio, sino como un crudo registro, real y verídico, de un acontecimiento en el cual la sociedad puede reflejarse y revalorar sus conductas.

El tema de la ética de la información se ha hecho más complejo porque se han diversificado casi al infinito las fuentes y los objetivos de la práctica informativa. De hecho, cualquier debate en el tema finalmente no alcanza a los particulares porque –aunque pueden hacerlo- no suelen tener conocimiento ni les interesa saber cuál es el principio que les garantiza su derecho a informarse y a compartir información; y tampoco tienen un objetivo para hacerlo.

Soy un periodista fraguado en nota roja y por tanto mi opinión es parcialísima. Reconozco que hubo veces, muchas, en que debí deshumanizar el crimen para digerirlo yo y transmitirlo a la audiencia; en el trabajo al pie de la víctima hay carne y vísceras, hay ley y castigo, hay causas y efectos, nada más. La audiencia se encarga del resto, de “ponerse en sus zapatos”, de “sentir otredad” o de “tener compasión”. Todo en comillas porque es tan fugaz como pasar a la sección de espectáculos.

Sin embargo, creo que el periodismo de nota roja ha tenido una función importante entre las sociedades pues modula los comportamientos excéntricos, es pura moral envuelta en primitivas advertencias. Esto no lo comprenden -no pueden comprenderlo- quienes creen que todos sus actos son actos de la razón; pero lo entiende nuestro cerebro primitivo, el que nos mantiene a salvo o nos engaña haciéndonos creer que lo estamos.

Hoy, la diferencia es que todos tienen oportunidad de fustigar con su personal moralidad los eventos sociales que llegan a su conocimiento, eventos que no saben cómo o porqué llegaron hasta ellos. Y esto es lo que requiere un análisis profundo porque están en juego principios básicos de realismo y causalidad en nuestro contexto social, de ello depende la cultura que se construye día a día. Una cultura que sí depende de la legislación (como fue la intención de limitar la difusión del video) pero que tiene sus raíces más profundas en las prácticas, las costumbres, la tradición y la narrativa cotidiana de nuestro sentido social.

@monroyfelipe

Por favor, síguenos y comparte: