Por Felipe MONROY |
Decía el canciller Bismarck que la política es “el arte de lo posible” y no hay razón para que la política eclesial no lo sea. Por muchas razones a nadie se le escapa que este año el cardenal Norberto Rivera Carrera presentará su formal renuncia a la sede catedral de la Arquidiócesis Primada de México; así que los periodistas y analistas de escritorio ya han abierto la temporada de apuestas para intentar anticipar quién podría elegir el papa Francisco como sucesor del arzobispo.
El caso de la sucesión del arzobispo capitalino es muy atractivo para los medios de comunicación, principalmente porque la Ciudad de México es la residencia de todos los poderes de la federación, de las representaciones diplomáticas, los corporativos nacionales y extranjeros, y de las instituciones más antiguas y arraigadas del Estado. La Ciudad de México es el vórtice neurálgico del país y, por ello, el arzobispo de la misma, además de ser primado, genera un interés en ocasiones sobredimensionado sobre su papel en toda la dinámica de la iglesia católica en México.
Sin embargo, la iglesia católica en México es una gran institución que conjunta titánicas representaciones extendidas a lo largo de las culturas y los territorios del país. Aunque en principio se puede explicar en cifras de diócesis, parroquias y ministros; en realidad sus dimensiones operativas, relacionales y formativas son casi inabarcables.
Esto es lo que no entienden quienes han reducido a un puñado de nombres y razones el escenario del panorama episcopal mexicano; y quienes hacen sus lecturas de estos escenarios sólo en código político. Pues quienes obran en estos oficios confían en la asistencia del espíritu, tanto como Joseph Ratzinger afirmaba: “El Espíritu Santo no dicta el candidato, no toma el control de la situación sino que actúa como un buen maestro”.
Es un hecho que los ministros católicos deben presentar su renuncia al cumplir los 75 años de edad. No es un antojo ni una excepción. Es parte de un proceso. Uno que ha asumido plenamente la Conferencia del Episcopado Mexicano en conjunto con la Nunciatura apostólica y también bajo la mirada el Estado.
En este momento, la sucesión del cardenal Rivera es ciertamente importante; pero tanto como los sucesiones episcopales en Acapulco, Tarahumara, Tlaxcala y Matehuala que se encuentran vacantes. Acapulco no es un tema menor, es una de las 18 sedes metropolitanas arzobispales de México y tiene un papel relevante para las diócesis de la provincia de Guerrero; Tlaxcala es una bella diócesis de gran tradición (de hecho la primera sede episcopal formal en México); la sierra Tarahumara es una diócesis de misión que ha superado su propias carencias y empuja con orgullo un servicio pastoral con identidad indígena; y Matehuala, el extenso altiplano potosino cuyo pastor Lucas Martínez Lara falleció en funciones el año pasado.
Pero esas cuatro diócesis no son las únicas en espera de un sucesor, otros seis obispos titulares (y cuatro auxiliares) llegan a la edad límite de retiro y tanto la CEM como la Nunciatura deben barajar nombres y perfiles para favorecer esos reemplazos. Entre los reemplazos inminentes de mayor impacto se encuentran Oaxaca y San Cristóbal de las Casas; sus obispos ya presentaron su renuncia al Papa hace más de un año. La profundamente indígena y populosa San Cristóbal ya tiene un obispo coadjutor (pretendidamente sucesor inmediato de Felipe Arizmendi Esquivel) pero Oaxaca, en tanto sede metropolitana, tiene frente a sí un gran desafío por la complejidad de suceder al aún arzobispo José Luis Chávez Botello.
En el horizonte inmediato también las diócesis de Torreón, Irapuato, Veracruz y la prelatura Mixe esperan reemplazos a sus obispos que ya sobrepasaron los 75 años canónicos de servicio.
La cantera de la iglesia mexicana sigue proveyendo de representantes episcopales a todos los rincones del país, con ello se garantizan los relevos generacionales. Sin embargo, varios hechos y acontecimientos recientes orillan a preguntarse si sólo habrá reemplazos o si estamos frente a un verdadero cambio de época en el gran ajedrez eclesial y episcopal en México.
¿Qué tipos de hombres y perfiles de obispos van abriéndose espacio en las principales sedes metropolitanas de México? ¿Qué discursos y narrativas en la fibra católica han abierto nuevos horizontes a los fieles y ministros para el siglo que ya ha puesto sus condiciones? ¿Qué carácter va madurando en la iglesia mexicana entre sus estructuras y entre sus obispos? ¿Cómo impacta la sucesión del primado de México en todo este ambiente? Eso lo veremos en las siguientes entregas.