Por Mónica MUÑOZ |

Terminó 2016 con negros augurios respecto al futuro.  Como cada fin de año, nos vimos arrastrados por la marea de festejos y gastos que comenzaron con el famoso “buen fin”, razón por la que, a mediados de noviembre, se adelanta a muchos trabajadores su aguinaldo, el que desaparece tan pronto como llega.  Luego comenzaron las posadas, los intercambios de regalos y por fin, la Navidad. Claro que aún quedaban varios días de celebraciones, que vieron su culmen con la bienvenida del año nuevo, que se prolongó hasta el día de Reyes, con la rosca y sus juguetes infantiles.  Pero, por otro lado, estos días fueron empañados porque nuestro país se vio envuelto en el caos a causa del alza en el precio de la gasolina, por lo que han abundado las manifestaciones tanto pacíficas como violentas.  Y de su mano llegaron los saqueos y el miedo entre la población, seguidos del silencio de las autoridades que poco hicieron para calmar los ánimos.  En todo esto, la justicia brilló por su ausencia.

Y a propósito de justicia, vi un video que me dejó pensando seriamente.  Se trataba de la representación de una clase que comenzaba con la expulsión de un alumno del salón, sin motivo aparente.  El maestro, luego de hacerlo, pregunta al resto de los alumnos: “¿Para qué sirven las leyes? Después de varias respuestas, una chica dice: “para que haya justicia”, el profesor sigue: “¿y para qué sirve la justicia?”, nuevamente las respuestas surgen: “para salvaguardar los derechos humanos”, “para discriminar lo que está bien de lo que está mal”, ”para premiar a quien hace el bien”.  Casi para cerrar la enseñanza, el docente continúa: Y si todos saben eso, ¿por qué nadie dijo nada cuando saqué de la clase a su compañero?, ¿para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica? Y finalmente, remata: “cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencian una injusticia ¡Todos!, no vuelvan a quedarse callados, nunca más. Cuando no defendemos nuestros derechos perdemos la dignidad y la dignidad ¡no se negocia!

La dignidad no se negocia…Definitivamente nuestro país está confundido. Mucha gente quiere ser escuchada pero escoge canales erróneos, creyendo que tomando las armas se hará respetar, que apropiándose de los bienes ajenos está actuando con justicia, que destruyendo, quemando y saqueando hará entrar en razón al gobierno, a quien culpa de todos sus males.  ¿Qué pasa con esas personas? Por supuesto que nadie está conforme con las desigualdades que vivimos en México, donde cada vez existen más pobres porque nos alcanza para muy poco lo que ganamos con tanto esfuerzo.

Agrego que soy de los  que piensan que nuestro país merece reformas de fondo, me encantaría que la clase política entendiera que está para servir al pueblo y no para enriquecerse a costa de él.  Nuestra historia, tan manoseada que ya no sabemos cuál es la verdadera, descubre una realidad que no he escuchado decir en voz alta y que debería revisarse seriamente, porque tenemos suficientes riquezas, muy mal repartidas, por cierto, para vivir como el país más próspero de Europa. Porque, que yo sepa, en ningún lugar del mundo se mantiene a los partidos políticos como lo hace México, aunque es verdad que en algunos países reciben cierta cantidad por cada representante electo, no es comparable con lo que sucede en nuestra nación, que desde 1997 se destina parte del presupuesto público para financiar sus “actividades permanentes”, las cuales ascienden a más de cuatro mil millones de pesos para 2017, repartidos entre nueve partidos, contrastando con las reducciones que se hicieron en materia de  educación, salud, infraestructura y programas sociales.  ¡Ah!, y hay que agregar que a ellos no les alcanzó el recorte, pues recibieron 107 millones más que el año pasado.

Mientras la situación en México sea tan dispareja, nunca saldremos de las dificultades que nos aquejan.  Es claro que el problema no sólo está en la clase política, que debería ver la maravillosa oportunidad que tienen en sus manos de servir a sus prójimos sin enriquecerse y aún vivir más que bien si se concretaran a recibir su sueldo.

El problema no es que existan las leyes, sino que no tenemos el valor de defender a los demás de las injusticias, y peor aún, cuando se ha logrado la unión para ciertas causas, somos los mismos mexicanos los que nos ridiculizamos e insultamos.

Tenemos mucho trabajo que hacer en materia de caridad, pues estamos muy lejos de ser el país que fuimos en tiempos pasados, donde se nos reconocía por ser amables, hospitalarios y respetuosos.  Nos hemos acostumbrado tanto a la indiferencia y a los actos delictivos que creemos que son normales.

Cabe entonces una gran pregunta, debido a que todo parece ir de mal en peor y que nadie aporta soluciones a los miles de problemas que aquejan a nuestra desgastada sociedad, una interrogante que cada uno debe responder personalmente: y tú, ¿qué harás este año para que México sea un mejor país?

Es necesario que cada quien asuma su responsabilidad y viva dentro de su familia los valores que decimos perdidos, como la honradez, el respeto, la honestidad, la verdad y la justicia, pero sobre todo, el amor, porque sólo así lograremos la ansiada paz que deseamos para nuestras casas, familias, municipios, estados y nación.  Trabajemos para que sea una realidad.

¡Que tengan un excelente año 2017!

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