«Si el mal nos parece amenazador e invasor, hay un bien, un océano de bien, que actúa en el mundo»; ante nosotros tenemos «el desafío de vencer la globalización de la indiferencia». Esto es parte de lo que el Papa Francisco ha escrito para el diario italiano La Stampa, con ocasión del 150 aniversario de ese medio.

Conflicto y crisis económica

En su artículo, el Papa hace un recuento de los «conflictos, violencia, odio, terrorismo, ataques armados imprevisibles» al inicio de este 2017; y señala algunas causas de esa situación, que provoca cada día innumerables víctimas inocentes: «a incapacidad de buscar soluciones negociadas y no violentas, los intereses económicos a menudo inconfesables, el tráfico de armas incrementado incluso por los que proclaman la paz solo con palabras, el control de las fuentes de energía, la pobreza y el subdesarrollo».

El Papa también pone en evidencia las consecuencias de la crisis económica, y  «las consecuencias tremendas de la pobreza, del hambre, del subdesarrollo. Así como tampoco podemos cerrar los ojos ante el abismo hacia el que corremos devastando el ambiente, depredando nuestra tierra, explotándola sin pensar en lo más mínimo en las generaciones futuras».

Rostros, miradas y manos de esperanza

Sin embargo -señala-, «frente a todo esto no podemos dejarnos robar la esperanza. Porque si el mal nos parece amenazador e invadente, hay un bien, un océano de bien, que actúa en el mundo. Tiene el rostro de los que socorren a las víctimas de los bombardeos en Siria. Tiene la mirada de los que acogen a los migrantes sin caer en la tentación de la cerrazón, de los que no se resignan a ver en el otro, en el diferente de sí, un «enemigo». Tiene las manos de los que se comprometen para garantizar un mañana a tantos niños y jóvenes sin futuro en los países pobres. Tiene la sonrisa de los voluntarios que se encuentran en los corredores de nuestros hospitales, de los que comparten un poco de su tiempo con los ancianos solos en nuestras ciudades».

Vencer la globalización de la indiferencia

El Papa Bergoglio señala que el prncipal desafío es «el desafío de vencer la globalización de la indiferencia», que califica como «esa enfermedad corrosiva que nos petrifica el corazón, que nos vuelve narcisistas y capaces de vernos solo a nosotros mismos y nuestros intereses, que nos hace incapaces de llorar, de sentir compasión, de dejarnos herir por el sufrimiento ajeno». En ese sentido explica que «la petrificación del corazón» es la que nos acostumbra a los actos de terrorismo, a las muertes de inmigrantes, a los sin-techo «que mueren de frío en nuestras calles sin casi ser noticia». Eso -indica Francisco-, hace que nos degrademos como humanos.

Otro desafío es «una llamada al realismo y nos interroga como personas, como sociedad, como pueblos. Ya no podemos ignorarlo: la pobreza, el subdesarrollo, las migraciones, la explotación de la tierra y la contaminación del planeta son fenómenos profundamente relacionados entre sí. Es fundamental buscar soluciones integrales para combatir la pobreza, para restituir la dignidad a los excluidos y a los descartados, y, al mismo tiempo, para cuidar a la naturaleza a partir de lo más precioso que la habita, la vida humana».

Jesús: la revolución de la ternura

El Papa concluye hablando sobre la esperanza que nos da la fe en Jesucristo: «Al nacer en Belén hace dos mil años, el Omnipotente se hizo Niño. Eligió venir al mundo en la precariedad, lejos de los reflectores, de las seducciones del poder, de los fastos de la apariencia. La revolución de la ternura del Dios que «derribó a los potentes de los tronos y elevó a los humildes» sigue interpelándonos: para encontrarlo hay que inclinarse, abajarse, hacerse pequeños. La paz, la alegría, el sentido de la vida se encuentran si nos dejamos sorprender por ese Dios Niño que aceptó sufrir y morir por amor. La paz y la justicia se construyen día a día, reconociendo la insuprimible dignidad de cada vida humana, empezando por la más pequeña e indefensa, reconociendo a cada ser humano como nuestro hermano».

 

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