ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |

Por fin pude ver la película Silencio (2016), de Martin Scorsese, que hace un mes se estrenó en España y que este fin de semana aparecerá en cartelera en México. Este filme se basa en la novela de mismo nombre, publicada en 1966 por el escritor japonés Shusaku Endo (1923 – 1996). En ella se narra la vida de tres jesuitas que sufren la persecución religiosa que hubo en Japón entre finales del siglo XVI y mediados del XVII. En este contexto, el joven misionero portugués Sebastião Rodrigues (Andrew Gardfield) y su compañero Francisco Garupe (Adam Driver) emprenden la misión de encontrar al Padre Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), de quien se rumora sigue viviendo en Japón y ha apostatado y renegado de su fe tras unas serie de torturas.

El contexto histórico de la película.
Esta novela se basa en hechos reales. En efecto, Cristóvão Ferreira fue misionero jesuita y fue arrestado en Japón el 18 de octubre de 1633. Después de cinco horas de sufrir la tortura de la fosa, se rinde y apostata. Tenía en ese momento 53 años de edad y 37 como jesuita. Posteriormente, adoptó el nombre de Sawano Xhuan, fue obligado a vivir con una viuda japonesa, por varios años escribió libros de medicina y astronomía.

El 27 de junio de 1643, de manera clandestina, arribó a Japón un grupo de jesuitas donde estaba Giussepe Chiara (en quien se basa el personaje de Sebastiao Rodrigues), con la intención de entablar comunicación con Ferreira. Fueron arrestados y sometidos a torturas. El Padre Giussepe cedió al tormento y pisó la imagen de un cristo, signo de apostasía.

El contexto histórico de la película tiene en cuenta la persecución religiosa sufrida en Japón, durante los años de 1587 a 1644, en donde 93 religiosos de la Compañía de Jesús dieron la vida por su fe. Recordemos que el 5 de febrero de 1597, en Nagasaki, fueron crucificados 26 mártires, entre ellos el jesuita japonés Pablo Miki y el franciscano mexicano Felipe de Jesús, canonizados por el Papa Pío IX en 1862. Por cierto, también en el siglo XX varios jesuitas fueron mártires. En nuestro país el 23 de noviembre de 1927, es ejecutado el Padre Miguel Agustín Pro. El 16 de noviembre de 1989, en San Salvador, El Salvador, son asesinados Ignacio Ellacuría y compañeros de comunidad en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Recientemente, en 2014, el holandés Frans Van der Lugt fue asesinado en Siria.

Algo que no aparece en la película y no hay documentos que lo confirmen, pero parece que el jesuita Cristóvão Ferreira, a sus 70 años, confesó ante las autoridades japonesas que seguía creyendo en el cristianismo. Por tal motivo fue martirizado y murió en 1650. Algo similar se dice de Giussepe Chiara, de quien se cree que acabó sus días en una inhumana celda de castigo.

Los dilemas del filme.
El título de la película hace referencia tanto al silencio de los hombres, como al de Dios. Es dramático el dilema que se les presenta a los misioneros. Los oficiales japoneses no sólo torturan a los sacerdotes, sino que los ponen a ver los suplicios a las que son víctimas los cristianos a quienes ellos han atendido. Lo que se les propone a los jesuitas es que renieguen de su fe y así serán liberados sus feligreses de atroces tormentos físicos.

Así, entre dolores y sufrimientos, los misioneros se preguntan por qué la Divinidad se esconde, por qué guarda silencio ante el dolor de sus hijos. Ante este dilema, similar al que se plantearon los judíos durante el holocausto nazi, cabe preguntar: ¿Realmente Dios se queda callado? ¿O cómo se manifiesta? ¿Cuál sería Su voluntad?

Por otra parte, está el silencio de los hombres, en este caso, el de los misioneros: ¿Deben quedarse callados? Es muy diferente ser martirizado a ver torturados a aquellos a quienes se prometió entregar la vida. En esta situación límite: ¿Valen más las propias creencias o la vida de aquellos a quienes se ama? ¿Qué difícil es establecer, en el contexto de la película, la tarea del héroe y la del santo?

Esta película la recomiendo a quien desea profundizar en su fe y crecer en el valor de las propias creencias, aunque, para hacerlo, haya que poner en duda aspectos antes incuestionables.
@elmayo

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