Esta mañana, en la Audiencia general, el Papa Francisco abordó en su catequesis el significado de la dimensión comunitaria y eclesial de la esperanza cristiana. Dijo que nadie aprende a tener esperanza solo y «no conoce la esperanza quien se encierra en el propio bienestar: espera solo en su bienestar y eso no es esperanza: es seguridad relativa». Los que esperan, por el contrario, son «los que experimentan cada día la prueba, la precariedad y el propio límite».

«Si la morada natural de la esperanza es un cuerpo solidario, en el caso de la esperanza cristiana este cuerpo es la Iglesia, mientras que el soplo vital, el alma de esta esperanza es el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo no se puede tener esperanza”, señaló el Papa.

El Papa hizo un nuevo llamado a «no crear muros, sino puentes, a no pagar el mal con el mal, a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón». Lo hizo durante la Audiencia general de este miércoles, en la que prosiguió con su ciclo de catequesis dedicado a la esperanza cristiana.

Francisco meditó sobre la importancia de la virtud esperanza en el Nuevo Testamento, sobre todo en la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. El Santo Padre señaló que, “el Apóstol muestra que la esperanza cristiana no tiene sólo un aspecto personal, individual, sino también comunitario, eclesial”. Se comprende entonces que no se aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo, agregó. No es posible. “La esperanza, para alimentarse, necesita necesariamente de un cuerpo – precisó el Papa Francisco – en el cual los diferentes miembros se sostengan y se animen recíprocamente. Esto entonces quiere decir que, si esperamos, es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado a esperar y han tenido viva nuestra esperanza”.

Francisco aseveró que es necesario «ayudarse recíprocamente. Pero no solo ayudarse en las necesidades, en las tantas necesidades de la vida cotidiana, sino ayudarnos en la esperanza, sostenernos en la esperanza». San Pablo se fija en sus «hermanos con mayor riesgo de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Pero, nosotros siempre tenemos noticias de gente que cae en la desesperación y hace cosas feas. La des-esperanza los lleva a estas cosas feas. Se refiere a quien está desanimado, a quien es débil, a quien se siente abatido por el peso de la vida y de las propias culpas y no logra más levantarse. En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia debe hacerse todavía más intensa y amorosa, y deben asumir la forma exquisita de la compasión, que no es tener piedad: la compasión es soportar con el otro, sufrir con el otro, acercarme a quien sufre… una palabra, una caricia, pero que salga del corazón, esto es la compasión. Tienen necesidad de la solidaridad y de la consolación».

«Este testimonio luego no permanece encerrado dentro de los confines de la comunidad cristiana: resuena con todo su vigor –recordó el Pontífice– también fuera, en el contexto social y civil, como una llamada a no crear muros sino puentes, a no intercambiar el mal con el mal, a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón: el cristiano jamás puede decir, me las pagaras. ¡Jamás! Esto no es un gesto cristiano. La ofensa se vence con el perdón; para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y esto es lo que obra la esperanza cristiana, cuando asume los lineamientos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor. Y el amor es fuerte y tierno. Es bello».

 

 

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