ENTRE PARÉNTESIS | Por José Ismael BÁRCENAS SJ |

Hace poco dirigí una tanda de Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola para jóvenes. En esta ocasión agregué un elemento que me ha ayudado en la oración, la contemplación en silencio. Así, junto con comentar los respectivos puntos y entregar las fichas del Principio y Fundamento o sobre el Llamamiento, en la mañana, media hora antes del desayuno, me juntaba con los ejercitantes en la capilla y hacíamos silencio.
El silencio y los sentidos

La oración de silencio comenzaba a guiarla invitando a sentarse con la espalda erguida, cerrar los ojos y recorrer el cuerpo, como si lo estuviéramos escaneando de abajo hacia arriba, atendiendo sensaciones. Primero, había que percatarse de sensaciones, por ejemplo, de la planta del pie derecho. De esta manera todas las antenas de la percepción se orientaban a rastrear el contacto de la piel con el zapato, la temperatura, alguna comezón, etc. Luego íbamos subiendo: las piernas, la espalda, los hombros, los brazos. Ayudándonos del método de Franz Jalics que hace en su libro Ejercicios de contemplación, nos deteníamos en las palmas de las manos. De ahí se pasaba a sentir la respiración. Con la inhalación y la exhalación nos ayudábamos de un mantra: el nombre de Jesús, o bien, el de su madre, María. Al invocar el nombre de Jesús, venía también una disposición interna: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Llegado a este punto, dejábamos que los minutos corrieran. Nos permitíamos estar, en el presente y en el silencio, en contemplación.

Al final, cuando examinábamos cómo nos había ido con esta meditación, me llamaba la atención que estos jóvenes, tan envueltos de un mundo bullicioso de redes sociales y afecto a no desprenderse del smartphone, comentaban: “nunca me había fijado en el canto de los pájaros”, “sentí que la brisa de la mañana recorría mis brazos”, “no conocía esta serenidad”.

El darse cuenta

En la vida cotidiana, nuestra actividad cerebral anda acelerada. En nuestro monólogo mental nos preocupamos y agobiamos por el pasado o por el futuro. En el silencio, al cerrar los ojos y atender los sentidos, nos concentramos en el aquí y en el ahora. Este ejercicio de silencio ayudó a que, en el resto del día, a los chicos les fuera más fácil repasar su propia historia y hacer una atinada autocrítica. De igual manera, era más fácil y fructífero meditar textos bíblicos o imaginar composiciones de lugares.

Voy aprendiendo que el silencio no sólo ayuda a detectar la tensión que traigo en el hombro, también me ayuda a darme cuenta, con mayor finura, de mis aciertos y mis fallas. A sí mismo, se desarrolla una mayor comprensión, con aguda nitidez, para captar lo que pasa en la realidad.

El ruido del odio

Terminados los Ejercicios, al regresar a la vida cotidiana, me encontré que, en algunos portales ultraconservadores, se hablaba de que el Padre Arturo Sosa, Superior General de los Jesuitas, en una entrevista ‘parecía cuestionar la veracidad de los Evangelios’. La nota, más que exponer o hacer síntesis de lo dicho por el Padre Sosa, sembraba velada calumnia. No es verdad que el Padre Sosa intente enmendar la plana de lo que dijo Jesús, como se puede ver al leer dicha entrevista (aquí el link). De lo que sí habla es que, para entender el texto (el Evangelio en este caso), antes hay que comprender su contexto. Esto lo enseña cualquier Facultad –seria– de Teología o de Biblia.

Estos sitios de internet, que se jactan de hipercatólicos, son muy dados a los aspavientos de pánico y a la alharaca. Por una parte son muy piadosos, pero por otro lado pregonan la insidia y sueltan el comentario venenoso.  Son como esos jugadores de futbol que se dejan caer, haciendo uso de gesticulaciones y frenético histrionismo; esperando así que el árbitro marque tarjeta roja a quien apenas pasó a un lado de ellos. Estos gritos, desde el silencio y a la distancia, generan serena sonrisa.

En fin, que los ruidos de la vida cotidiana no nos quiten la paz. Nos vemos en el silencio.

@elmayo

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