Por Felipe MONROY |
El próximo martes 6 de junio, el cardenal arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera, cumple 75 años y según lo marca el Código de Derecho Canónico, el purpurado está conminado a presentar su renuncia al Santo Padre. Es un procedimiento burocrático –diría incluso ordinario- pero por alguna razón son varios los interesados en apurar este evento que en principio detona la búsqueda de su sucesor.
La cátedra arzobispal de la Ciudad de México siempre ha estado en la mira de los medios de comunicación, de los intelectuales y de no pocos sectores de gobierno. A muchos opinantes de temas religiosos parece no importarles las otras 92 diócesis de México y, mucho menos, los cientos y cientos de órdenes, congregaciones y asociaciones religiosas que realizan diferentes servicios en el país. Su obsesión con la sede primada responde a un lenguaje político que confunde el juego del poder con los ministerios encomendados a los obispos.
Esa reflexión es primaria y simple: el titular de la Iglesia católica en la ciudad donde se concentra el poder político, económico, mediático y cultural de todo el país debe ser, al mismo tiempo, el representativo concentrado de toda la catolicidad de la nación. Y quizá aquellos que piensan de este modo no tienen del todo la culpa, porque así funcionó por muchos años: la prosapia, el preclaro linaje, el potencial administrativo y económico de una sede obispal merecía honores y distinciones al pastor quien, así acumulando títulos nobiliarios, pasaba de servidor a jerarca.
Por ello, frente a la renuncia del arzobispo Norberto Rivera Carrera más de uno quisiera ser el primer heraldo que pronuncie: “El Rey ha muerto. ¡Que viva el rey!” y desvelar al sucesor que tomará la sede de la Catedral Metropolitana de México. Sin embargo, a estos entusiastas hay que decirles que, además de no entender a la Iglesia católica, no han terminado de comprender lo que ha estado haciendo el pontificado de Francisco.
Entonces ¿qué pasará con el arzobispo Rivera? ¿Cuándo será aceptada su renuncia y cuándo conoceremos a su sucesor?
Empecemos con la renuncia. El cardenal Rivera presenta su renuncia por principio de orden pero la Santa Sede y el Papa valoran cada caso en particular. En la historia ha habido casos de obispos con más de cuatro años de “tiempo extra”, esto se ha debido a dos fenómenos particulares: el primero es un periodo moderadamente racional (‘tiempo de gracia’) para que el obispo vaya administrando su retiro, encuentre un espacio dónde vivir, deje en orden la casa y participe de cierto modo en el proceso de la búsqueda de su sucesor.
En ese punto ya se encuentra Norberto Rivera: solicitando informes del estado de las cosas en la Arquidiócesis de México que es una iglesia inmensa con ocho obispos auxiliares, 52 decanatos, más de 650 territorios parroquiales y más de mil 200 templos; un territorio donde convergen más de una docena de universidades católicas, cientos de conventos y cientos de servicios de caridad social como hospitales, albergues, comedores populares, refugios, etcétera. Y, por si fuera poco, el Santuario de Guadalupe con sus más de 20 millones de visitantes al año y que está bajo su jurisdicción. ¿Cuánto durará este tiempo para poner orden? Tres a cuatro meses más aproximadamente.
Sin embargo, hay un segundo fenómeno para que un obispo haga ‘tiempo extra’ en la diócesis: la carencia de un claro sucesor o de un perfil adecuado para asumir una carga de esa naturaleza. Este es un tema casi tabú en México pues sería inimaginable que el segundo país del mundo con más católicos tuviera un déficit en candidatos al solideo episcopal o al palio arzobispal. Pero hay que recordar que las más recientes sucesiones arzobispales en México indican que tanto la Nunciatura como la Santa Sede tienen una responsabilidad más difícil de lo que parece.
Así que, si Rivera Carrera goza de salud y tiene buen ánimo para continuar administrando la iglesia capitalina por algunos meses más, seguramente la Santa Sede no querrá urgir ni poner en predicamento al Papa ni a la Iglesia mexicana para encontrar un sucesor de inmediato.
Y eso nos pone en el segundo tema: ¿Quién podría ser el próximo arzobispo primado de México?
Volvamos al papa Francisco y a su peculiar estilo de gobernar la Iglesia universal. Con los cardenalatos anunciados del pasado 21 de mayo quedó muy claro que para Bergoglio el birrete púrpura en realidad va por la persona y no por el abolengo ni el poderío de la ciudad que administra.
Para Francisco, mientras más grande y compleja sea la diócesis representa más servicio y no más privilegios; más tierra de misión y menos principados; más sacrificios y menos “carrierismo eclesial”. Es así que la monumental Arquidiócesis de México no sería precisamente “un premio” ni “la joya de la corona”.
De tal suerte que el sucesor de Rivera Carrera no necesariamente debe apuntar a un pastor de meteórica carrera entre los corrillos episcopales, sino a un perfil más modesto en la labranza al servicio de la grey, con muchas horas de calle y varios kilómetros en carretera a ras de suelo. Y todas esas historias suceden en esas 92 diócesis restantes que los analistas e intelectuales casi nunca miran y que casi siempre desdeñan, pero que seguro no pasan desapercibidas para el pontífice argentino.