Por Carlos AYALA RAMÍREZ |

El libro más reciente del teólogo jesuita Víctor Codina, quien fuera profesor del papa Francisco y ahora se declara su discípulo, lleva el título Sueños de un viejo teólogo. En este texto, Codina expone “ideas que hasta ahora, habiendo estado estrechamente ligado al mundo académico, no [se] atrevía a pronunciar por miedo a la censura y para no escandalizar a jóvenes estudiantes que no suelen distinguir el ideal utópico de la crítica al sistema”. Son sueños (valores e ideales) que se concentran mayormente en la Iglesia, abordando temas esenciales.

Mencionamos algunos de esos temas: una iniciación cristiana diferente (consciente, libre, madura); una Iglesia toda ella ministerial (donde todos los bautizados se sienten miembros activos y vivos del pueblo de Dios); centralidad de la eucaristía (como acción de gracias, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, presencia real de Cristo por invocación del Espíritu, banquete del reino); Iglesia pobre y de los pobres (donde todos los pastores y fieles escuchen el clamor de los pobres, vean en ello un signo de los tiempos y denuncien proféticamente la injusticia); necesidad de una teología liberadora (que reflexione desde abajo, que escuche el clamor del pueblo y de la tierra, que ayude a un compromiso solidario y profético).

De esos sueños retomamos el referente a la valoración que se hace de los laicos y laicas en su dimensión teológica, eclesial y ministerial. Recordemos que en el Concilio Vaticano II se logró acuñar la identidad de los laicos, a los que se les define como “los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, pertenecen al pueblo de Dios y son partícipes del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo”. Codina, a partir de esta visión conciliar, repotencia el protagonismo de los laicos y clarifica su misión eclesial y social. Veamos cómo sueña este ámbito.

Recuperar el sentido y dignidad de los laicos en la Iglesia. Codina sueña que, como en los comienzos del cristianismo, los laicos “se sientan miembros activos y participativos de la comunidad, recordando que la Iglesia se extendió por diferentes lugares, gracias sobre todo a los laicos, que comunicaban la alegría del evangelio”. Esto es “que Dios es nuestro Padre, que todos somos hermanos, que Jesús es nuestro Salvador, que todos hemos recibido el Espíritu”.

Retomar el sentido de pertenencia eclesial. Codina sueña con que los laicos recuperen el sentido de eclesialidad que el Vaticano II reivindicó. Es decir, “que todos los bautizados somos miembros del Pueblo de Dios, de la Iglesia de Jesús; que es humana y divina, santa y pecadora, con defectos y con santos, a la que el Espíritu del Señor nunca abandona”.

Reafirmar la primera y fundamental consagración. Codina aspira a que se actualice la memoria de que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. En este sentido, plantea que “el primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos, es el bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo, [los fieles] quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo. Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo”. Y a partir de este hecho declara que “la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios”.

Tomar conciencia de lo que significa ser un cristiano bautizado. Codina anhela que quienes han sido bautizados sepan “que lo esencial de un cristiano es seguir a Jesús de Nazaret, como los primeros discípulos siguieron a Jesús en Galilea”. Y recuerda que seguir al nazareno implica “estar con él, conocerlo, creer en él, amarlo, […] sentir la alegría del evangelio, la alegría de ser discípulo de Jesús”. Sin embargo, lamenta que “hay muchos cristianos que han ido al catecismo, que conocen los mandamientos y que incluso frecuentan el templo, pero no tienen una experiencia personal viva con Jesús. Son como árboles plantado fuera del agua, que a la larga se secan y no dan fruto”.

Descubrir, aceptar y contribuir al proyecto del reinado de Dios. Codina desea que los laicos y laicas se conviertan en verdaderos colaboradores de la utopía de Jesús. Constructores de “un mundo donde todos nos sintamos hijos e hijas del Padre y hermanos, sin discriminaciones ni exclusiones, sin violencia, sin machismo; donde todos respetemos las diferencias; donde los más importantes y predilectos sean los pobres, los pequeños, los que sufren”.

Afanarse por ser cristianos en el corazón del mundo y ciudadanos en el corazón de la Iglesia. Codina se ilusiona con una visión del laico que “no se reduzca al sector eclesial y familiar, sino que se comprometa en la sociedad y haga presente el Reino en las estructuras económicas, políticas, científicas, culturales, etc.”. En fin, el sueño de Codina en este plano revaloriza la misión del laicado tanto dentro como fuera de la Iglesia. En esta línea, son significativas sus palabras cuando vincula este sueño al texto del Evangelio de Mateo, que compara la presencia de los discípulos de Jesús en el mundo con la luz y la sal. Pues bien, Codina con esa inspiración afirma:

Sueño con que los laicos sean sal de la tierra, es decir, los que dan sabor y sentido a la vida, los que con su testimonio enseñen que la vida no es solo trabajar, ganar dinero, comer, beber, pasarlo bien, etc., sino que hay un sentido más profundo […], que la enfermedad e incluso la muerte se iluminan a la luz de Jesús. [Y] ser sal significa hacer que las estructuras se acerquen lo más posible al proyecto de Jesús […]; significa ser honestos, transparentes, solidarios, ejemplares.

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