Por Jorge TRASLOSHEROS H. |
Comentamos la semana pasada algunos de los motivos de la perniciosa persecución desplegada en Occidente contra los cristianos, por los arquitectos de la cultura del descarte. Continuamos con nuestras reflexiones. Los cristianos son despreciados por:
1.- La reivindicación de la ecología humana y los derechos humanos. Los cristianos sostenemos que existe una ecología natural, sujeta a su propia dinámica, de la cual formamos parte. Cuando los seres humanos intervenimos de manera inapropiada, generamos un desastre. Hoy, es un hecho que estamos destruyendo nuestro planeta, con o sin calentamiento global. La ciencia dice lo mismo. Los cristianos también afirmamos que existe una ecología humana, confirmada por la ciencia. Cuando pretendemos modificarla mediante experimentos de ingeniería social, generamos desastres humanitarios. La cultura del descarte quiere intervenir en esta ecología para reducir a las personas a objetos de uso y abuso. Por eso el cristianismo defiende con firmeza los derechos humanos nacidos del respeto a la ecología humana, al tiempo de criticar el intento de utilizarlos como instrumentos del poder, para justificar diversas acciones contra la vida y dignidad de los seres humanos.
2.- La reivindicación del valor del ser humano como persona. Para el cristianismo los seres humanos no somos cosas, ni simples individuos sujetos a los deseos y caprichos del momento. Somos personas dignas cuya vida es valiosa, única e irrepetible, sin importar las condiciones particulares, ni las circunstancias. Porque somos personas, tenemos la capacidad de construir relaciones profundamente humanas con nosotros mismos, nuestros semejantes, la naturaleza y con Dios, mediante la caridad, la esperanza y la fe. La cultura del descarte quiere destruir la dimensión personal de nuestra existencia porque nos hace libres y críticos ante los designios del gran mercado y del gran Estado.
3.- La reivindicación de la dimensión comunitaria de las personas. Para los cristianos las personas encuentran en el amor, el servicio y la solidaridad con el prójimo el sentido de la vida. Somos seres llamados a vivir en comunidad; gran verdad reconocible también por creyentes, ateos y agnósticos. Esta dimensión comunitaria la podemos apreciar en los cuerpos intermedios de la sociedad civil, los cuales dotan de fuerza y autonomía a las personas frente al poder político y el mercado. Esta vitalidad de las personas y sus organizaciones se procura por la defensa de las pequeñas comunidades —en especial familias, iglesias y centros educativos— y por la promoción de los derechos humanos fundados en la ecología humana, de manera muy especial la libertad de religión, a través de la cual se gestionan las demás libertades.
4. – La reivindicación del sentido trascendente de nuestra existencia. La vida del ser humano está pletórica de sentido, el cual se dinamiza desde lo más íntimo del ser, se expande por la sociedad y la historia, hasta vincularse con Dios. El drama de la cultura del descarte es simple: puesto que no hay trascendencia alguna, entonces la vida está vacía de significados. Esto convierte a la persona en esclava de los caprichos, propios y ajenos, en un ser finalmente solitario y le hace presa fácil de manipulaciones. La cultura del descarte sólo puede ofrecer al ser humano el inmovilismo o el inmanentismo, esto es, la idea de que no tiene caso hacer nada pues nada tiene sentido y; la idea de que sólo importa el momento presente, sin posibilidad de futuro y sin memoria del pasado. Dos formas de vida que destruyen los lazos de solidaridad entre las personas y los suplantan por pactos de conveniencia individual.
Como podemos observar, no es complicado entender por qué los arquitectos de la cultura del descarte consideran al cristiano como su principal enemigo y a la Iglesia como la gran amenaza a su proyecto autoritario. Por eso han articulado una bien pensada persecución de baja intensidad que, poco a poco, va tomando formas violentas a través de los aparatos jurídicos y políticos del Estado, así como por acciones más directas a través de la profanación de los lugares sagrados y diversas agresiones contra quienes manifiestan su desacuerdo en público sustentados en el diálogo entre la razón y la fe.
Ahora bien, los arquitectos del desastre no están del todo equivocados. Los cristianos no somos enemigos de nadie, pero sin duda proponemos un modo de vida subversivo. Lo que ellos no saben es que sí tenemos un programa de acción claramente definido, cuyos secretos me propongo revelar en la próxima entrega.
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