Por Francisco González González, obispo de Campeche |

Avanzamos en el tiempo litúrgico. Celebramos el XXII Domingo del tiempo ordinario. De nuevo aparece el personaje principal: Jesucristo. Junto a Él, Pedro es un importante interlocutor.
 En la escena próxima previa, Pedro se había sacado un 10, al responder con luminosa precisión la identidad de Jesús. Jesús no es alguno de los profetas, ni Elías, ni Juan El Bautista. En labios de Pedro, Jesús es identificado como el Mesías, el Hijo de Dios.
  Poco le duró el gozo de la alabanza, porque ahora, Jesús anuncia a sus discípulos algo inesperado y consternante: Tiene que padecer mucho, ser condenado a muerte y resucitar.
  Pedro se deja llevar de su formación y mentalidad. Lo hace, hasta eso, con «prudencia», pues se lleva a Jesús aparte, y lo trata de disuadir.
  Así lo comenta san Jerónimo: «Hemos dicho muchas veces que Pedro tuvo para con el Señor un ardor vehemente y un amor grandísimo; no queriendo pues, después de su confesión y de la promesa que el Señor le había hecho, que quedara destruido el efecto de su confesión, y creyendo imposible que muriese el Hijo de Dios, lo toma con afecto o lo lleva aparte -a fin de no parecer que reprendía a su maestro en presencia de los demás condiscípulos- y llevado del amor empieza a reprenderlo y a decirle oponiéndosele: “Lejos de ti, Señor”. O mejor como se lee en el griego: “Ten compasión de ti, Señor, no será esto contigo”.
 Pedro se cree conocedor de la realidad salvífica. Se considera un alumno adelantado, que ya es un maestro. Ya lo mostró con la campanada apenas dada. Describió la identidad de Jesucristo con la iluminación del Padre.
  Jesús, empero, le da un radical y firme: ¡Detente!. De hecho, le da en pero una jalada de orejas. Le dice «satanás». Cuando algo no lo inspira Dios, viene del diablo. De allí se comprende una sorprendente frase de Agustín de Hipona: Las obras que no nacen de la fe, son pecado.
  En otras palabras, este diálogo equivale a decir: es la voluntad de mi Padre y mía el que yo muera por la salvación de los hombres. Tú, mirando sólo a tu voluntad, no quieres que el grano de trigo caiga en la tierra, a fin de que lleve muchos frutos y por consiguiente, puesto que hablas cosas contrarias a mi voluntad, mereces el nombre de enemigo. Porque la palabra Satanás significa adversario o enemigo, no se crea, sin embargo (como opinan muchos), que Pedro fue condenado de la misma manera que Satanás. Porque a Pedro se le dice: “Ve en pos de mí, Satanás” (esto es, tú que eres contrario a mi voluntad, sígueme) y al diablo se le dijo: “Vete, Satanás” ( Jn 4,10) y no se le dijo en pos de mí, para indicarle que se fuese al fuego eterno.
  Finalmente, vienen muy bien ‘ad hoc’ la frase de San Pablo a los Romanos: «No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios» (12,2).
¡Señor; mi alma tiene sed de Tí!
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