Por Felipe MONROY |

A inicios de este año no había ni escaleras eléctricas ni sucursales de Starbucks en todo el estado, pero Tlaxcala está a poco más de un mes para que todo el mundo hable de él. El próximo 15 de octubre, el papa Francisco celebrará la canonización de Cristóbal, Antonio y Juan, los tres indígenas adolescentes mártires tlaxcaltecas del siglo XVI, asesinados con tremenda brutalidad -propia del miedo a lo nuevo y lo desconocido- durante los primeros años del contacto entre las civilizaciones precolombinas y la conquista española.

Sin duda, es quizá el tema principal que ocupa la mente del nuevo obispo de la diócesis de Tlaxcala, Julio César Salcedo Aquino, un misionero josefino originario de la Ciudad de México quien recibió el pasado 30 de agosto el largo camino de la canonización de los mártires para culminarlo en su papel de obispo residencial en un evento histórico, de talla internacional y trascendental, no sólo para el más pequeño de los estados de la República mexicana sino para el país entero y la Iglesia universal.

Sin embargo, durante la preconización de su nuevo obispo residencial, la pequeña diócesis fue el escenario perfecto desde el cual, tanto el representante del Papa en México como su flamante obispo residencial lanzaron mensajes de mayúsculo significado para las estructuras eclesiales país. Franco Coppola, nuncio apostólico en México, insistió en que la Iglesia católica está compelida a acudir a los pobres: “Estos son los primeros a quienes somos enviados: los pobres. Tiene que ser muy claro, son los primeros a quien el señor nos envía. Los otros, después; antes, los pobres”.

En un mensaje ante los medios de comunicación el nuncio Coppola comentó que, durante su estancia en México ha visto que “hay gente que está muy bien. No se puede decir que el país es pobre o donde todos son pobres y no se puede hacer nada. Es un país donde hay muchos recursos y la riqueza está mal distribuida […] Debemos ayudar a entender que no podemos decirnos católicos si hay esta facilidad de usar violencia hacia nosotros; no podemos decirnos católicos si, al mismo tiempo, nosotros tenemos tanto que nos sobra y otros les falta lo necesario”.

Salcedo habló en la misma sintonía. Aunque no dejó de agradecer y reconocer el trabajo que la diócesis ya ha hecho con los preparativos frente a la canonización, entre los actos protocolarios y las celebraciones litúrgicas, el novel obispo deslizó lo que parecen serán principios de su particular actuación pastoral: “Hermanos, en el Evangelio no todo fue escrito, el Evangelio de la misericordia es un libro abierto donde se continúan escribiendo los signos y gestos concretos de amor de los discípulos de Cristo”; después aseveró categóricamente: “No creo que sea lo mejor condenar, rechazar o apartar. Hay que dialogar, hay que analizar situaciones. No se trata nada más de imponer una norma o una ley”.

Entre las palabras de ambos se advierten las líneas de una generación de obispos plenamente identificados con la actitud de salida, de asumir incluso los riesgos que conlleva implicarse directamente en las fronteras de la existencia humana: “Aquí, como en todos los lugares, siempre hay situaciones difíciles. Hace rato el Nuncio me dijo: ‘Quiero que vayas a los pobres’. La pobreza existe de muchas maneras, y para responder a esa gama de problemas tenemos que saberlos asumir y enfrentar, no espantarnos”, confirmó Salcedo en conferencia de prensa.

Salcedo afirmó que desea salir con misericordia al encuentro de todas las pobrezas y liberar de tantas formas de esclavitud que afligen a la grey. Dijo querer llegar a las heridas de cada uno para curarlas, salir de sí mismo para ir a las periferias geográficas y existenciales.

La brújula pastoral de Salcedo parece que está en la misma ruta que la del pontífice argentino y su embajador Coppola: “El Papa nos invita a la conversión pastoral -dijo en entrevista-: Nos dice claramente que no podemos dejar las cosas como están. Necesitamos estar en una continua conversión, en un continuo cambio… yo sueño también como el papa Francisco, con una Iglesia que esté en continua conversión. No podemos dejar las cosas como están y se requiere esta actitud de abrirse a una conversión interior, a una conversión de las estructuras, de nuestros procesos. No pensar que ya estamos seguros, cuando estamos en búsqueda, cuando estamos ante todos ofrecer la riqueza de la Iglesia que es la evangelización, necesitamos estar en esa Iglesia en salida”.

Sí, más allá de escaleras eléctricas y sucursales de cafeterías multinacionales, Tlaxcala tiene aún capacidad de sorprender enormemente.

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