Por el P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC. |  Ante la partida del Dr. Faustino Llamas

Qué doloroso es aceptar que la vida es un proceso de muerte cotidiana, como dice Claude Bernard “la vida es la muerte”, –la vie c’est la mort-. La muerte, inherente a nuestra propia condición humana. Somos seres para la muerte, sentencia Heidegger. Ante las visiones pesimistas de quienes ven solo sombras, aún sin negar que la vida de toda persona humana es un enigma, se esclarece en el Verbo Encarnado, Jesús, quien asumió nuestra muerte, para darnos el sentido de la vida: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10.). Encontrarse con la vida supone un encuentro con la muerte, porque la vida lleva el sello inocultable de la muerte. Es una cuestión ineludible, para todos y cada uno, más allá de la cerrazón del avestruz, de no querer conocer la realidad.

El Doctor Faustino Llamas Ibarra, entendió su vida desde el misterio pascual de Cristo, que se actualiza en cada Eucaristía; su asistencia matinal a la Santa Misa todos los días. Vivió desde su experiencia de Cristo en la Eucaristía, el morir para vivir. El sentido de su existencia estuvo ordenado por esta norma: “hagan esto en memoria mía”. Su vida fue pan partido y compartido con los que viven los límites neurológicos y familiares, marginados por la sociedad, de quienes viven la tragedia de no ser acogidas o acogidos. De ser “las llagas de Cristo” como hermosa y teológicamente lo expresó el Obispo Emérito de Querétaro, Mons. Mario de Gasperín Gasperín en su solemnísimo funeral:” El Doctor Faustino tuvo el don, la gracia especial de saber mirar, tocar, palpar y curar las llagas dolorosas de Cristo en los hermanitos y hermanitas pobres, con cualidades limitadas , de los excluidos y olvidados de la sociedad, de nosotros… Supo recoger, cuidar, curar las llagas dolientes de Cristo en ellos presentes. Esas llagas son ahora, como  las de Cristo, su corona de gloria”.

Este hombre, culto,  políglota, esposo, padre, abuelo, hijo, amigo, que conquistó nuestro afecto y admiración, no ha muerto; su vida ahora es plena en la eternidad y en nuestro ámbito. Con su vida nos hizo cercano y tangible el misterio de Cristo, el Verbo encarnado, cercano al dolor y triunfador de la muerte. Entendió, como Jesús y desde Jesús, la responsabilidad solidaria, esencia a toda persona humana e imperiosamente necesaria a todo discípulo de Jesús; la vivió y la hizo asequible para nosotros este hermano y amigo. Su obra habrá de pervivir. Su herencia es grande y es un reto. Los hacedores de la historia no son los que critican, o los maestros elocuentes del discurso, sino la vida, como la del Dr. Faustino Llamas, que no conoció el descanso a favor de los demás. Este es el amor eterno, cuyo receptor y donador, es la vida compartida y donada para los demás. Esta es la misa, más allá de lo celebrativo, lo que es la vida compartida y donada como la de Jesús, vida que no termina con la muerte. El Doctor, tuvo esa mirada limpia y sosegada de la verdad, que fue capaz de liberar espíritus, al anunciar el Evangelio de siempre, en su vida. Gracias, Hermano y Amigo. Por ser explicación cercana de la vida de Jesús, nuestro Redentor, Palabra eterna y encarnada en el tiempo.

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