Por Jaime SEPTIÉN (Director de EL OBSERVADOR) |
El Papa Francisco ha vuelto a dar un campanazo que cimbra a todos los católicos que tienen ganas de vivir al extremo su fe: la publicación de la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
Conforme leemos sus 42 páginas –es una larga carta— vamos descartando destinatarios. Hasta que caemos en la cuenta que el Papa me habla a mí. Es una guía espiritual tremendamente simple. ¡Y tan simple que incomoda! Sobre todo porque andamos poniendo pretextos a la santidad. Vemos a los «santitos» en su pedestal. Y decimos, «hoy, las cosas han cambiado; ya no se puede ser santo, rodeado de tantos rufianes».
El demonio de la depresión nos atenaza. Nos quita la libertad de elegir. Nos cercena el gozo de discernir. Pero el Papa nos recuerda que no es que cada uno tenga una misión: cada uno es una misión. No me hago santo si quiero, si le echo ganitas, si me voy al cerro a meditar. No. Me hago santo en lo pequeño, dejándome humillar, siendo austero, tocando la carne de Cristo en los pobres y, sobre todo, en la sabia alegría del que no va con la moda, con la manda, que nada a contracorriente: como los salmones.
Incomoda, pero comunica en un tono tan sereno, tan cotidiano, tan con buen humor, que termina por convencernos: o somos santos testimoniando en nosotros la gracia de Dios y su misericordia, o nos volvemos unos pesados, sermoneando, juzgando y condenando a los demás (para evitar que los demás vean nuestra miseria).
¡Qué regalo el de esta exhortación! Léala cada uno. En silencio. Gozando cada genialidad de Francisco. Y salga después a la calle. Verá cómo su percepción de la santidad ha cambiado.
En el siguiente enlace puede leerla desde el sitio Web del Vaticano: Gaudete et Exsultate