Por P. Fernando Pascual |

La vida se pierde cuando nos alejamos de Dios. Entonces triunfan nuestros dos peores enemigos: el pecado y la muerte.

¿Por qué ocurre eso? Porque escuchamos la voz del tentador. Porque preferimos realizarnos por nosotros mismos. Porque soñamos con atajos fáciles y egoístas.

Dios responde ante nuestro pecado con la promesa de la salvación. Su Amor es tan grande y tan poderoso que empieza a tejer caminos para darnos Vida y salvarnos.

El Hijo toma carne, se hace plenamente Hombre en el seno de una Virgen. ¿Por qué? ¿Qué pretendía el Hijo del Padre e Hijo de María?

Vino para darnos vida, vida en abundancia (Jn 10,10), y así vencer a la muerte. Vino para sacarnos de las tinieblas. Vino para perdonarnos los pecados. Vino para hacernos hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros.

¿Cómo lleva adelante ese programa maravilloso? A través del camino del grano de trigo: vaciarse, negarse, morir. Cristo acepta un abajamiento total.

La humanidad de Cristo pasó por pruebas terribles. Se turbó, tuvo miedo, quiso ser librado del cáliz amargo de la Pasión

Pero fue más fuerte su Amor al Padre y a nosotros, sus hermanos pecadores. Por eso dio su vida (nadie se la podía quitar…):

«Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre» (Jn 10,17-18).

Cada año, con la celebración de los misterios pascuales, damos gracias al Cordero que se ofrece para darnos vida.

Desde entonces, tenemos esperanza. El cielo está abierto. Con la fuerza del Espíritu, podemos dirigirnos al Dios y decirle, confiadamente: Padre nuestro…

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