Por P. Fernando Pascual

La vida cristiana inicia en el corazón de Dios. El Padre ama a los hombres. Sabe que estamos sometidos al pecado. Busca salvarnos. Envía al Hijo.

El paso de los siglos puede hacernos ver el cristianismo como un fenómeno religioso entre tantos otros. Pero el cristiano sabe que su fe tiene origen en el amor del Padre.

Luego, el Hijo, al encarnarse en la Virgen María, abrió un camino que llega hasta nuestros días. Sobre todo, con su Pasión, Muerte y Resurrección, salvó al mundo, y dio inicio a la Iglesia.

Cada bautizado puede tener mayor o menor conciencia de ese inicio de la vida cristiana. Puede profundizar en ello o dejarlo como un dato más o menos cultural. Puede llevarlo a su existencia concreta, o permitir que los agobios de la vida lo sepulten.

Lo importante, para ser de verdad discípulos del Señor Jesús, consiste en recordar, revivir, su misterio de Amor. Ese es el sentido de una hermosa expresión recogida en la Santa Misa:

“Cada vez que comemos de este pan, y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”.

La celebración eucarística permite hacer presente, aquí y ahora, todo el misterio de Cristo, todo el Amor del Padre que desea nuestra salvación.

En la misma consagración escuchamos aquellas intensas palabras de Jesucristo: “Haced esto en memoria mía”. Es decir, como explicaba un famoso cardenal italiano, “acordaos de mí”.

Cada día, y de modo especial cada domingo, hacemos realidad el inicio de la vida cristiana, el sentido auténtico de la existencia de la Iglesia católica: la acción de un Dios que ama a cada uno y que desea que experimentemos íntimamente lo que significa vivir como hijos en el Hijo.

 

Imagen de D George en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: