Por Diana García

La doctrina social de la Iglesia (DSI) no pertenece a una ideología política ni económica, (cfr. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 72-73) y, por lo tanto, no es partidista.

Sin embargo, la condena que la DSI ha hecho del socialismo —que desde Pío XII incluye la excomunión para quienes profesen, defiendan o propaguen el comunismo— llevó a creer a muchos que entonces el capitalismo es lo que la Iglesia quiere y protege. No es así. Por ejemplo, Juan Pablo II condenó en la Centesimus annus (1991) al capitalismo salvaje.

También existe el bando contrario, el de los que creen que Jesús era socialista, el «primer revolucionario», y que, por tanto, sólo donde gobierna la izquierda hay un auténtico cristianismo social La difusión de la teología marxista de la liberación —condenada por la Iglesia en 1984— impulsó por décadas dicha idea, al grado de que hoy muchos seglares siguen creyéndolo, y pasa lo mismo en algunas órdenes religiosas y en uno que otro presbítero u obispo.

Por eso no han faltado recientemente extrañas afirmaciones: que los comunistas chinos son «justamente ahora los que mejor están implementando la doctrina social de la Iglesia», o que sin Karl Marx, el inventor del socialismo, «no habría doctrina social de la Iglesia».

Una deficiente formación cristiana, y en particular el desconocimiento de la DSI, hacen muy difícil enfrentar a los socialistas que dicen ser cristianos y que citan, ya no a Marx o a Lenin, sino a Jesús o a san Pablo para justificar el socialismo. Eso hace que, quienes los escuchan, fácilmente se crean el cuento de que la Iglesia primitiva era socialista.

Pero recurramos al gran pensador y escritor converso G. K. Chesterton para aclarar qué tienen de bueno y de malo capitalismo y socialismo a la luz del cristianismo.

Y antes de descalificar a Chesterton por ser católico y hallarse en proceso de beatificación, hay que recordar que antes de que abrazara el cristianismo fue socialista, así que habla con conocimiento de primera mano.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador 13 de mayo de 2018 No. 1192

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