Por Fernando Pascual
A lo largo de la historia, y también en nuestro tiempo, han surgido teorías que negaban la posibilidad de acciones libres y, por lo tanto, que negaban la existencia de responsabilidad moral.
Como una simpática crítica a tales teorías, alguien inventó la siguiente anécdota. Un asesino le dice al juez: «No puede culparme; fue mi herencia y medioambiente los que me hicieron matar». El juez le responde: «Son mi herencia y medioambiente los que te sentencian a morir en la horca» (cf. John Senior, «La muerte de la cultura cristiana»).
Resulta, así, paradójica señalar a la genética, a la sociedad, al ambiente, como la causa determinante de los propios actos, sobre todo de aquellos más reprochables, al mismo tiempo que se pide a otros que sean comprensivos y no se dejen determinar por sus genes y su biografía…
En una teoría que defienda coherentemente el determinismo lo que hagan los demás sobre mí también estaría ya escrito y fijado: no tiene ningún sentido pedirles que sean «buenos» y que me traten de una manera (la que prefiero) y no de otra (la que pienso me dañaría).
La experiencia personal y las relaciones humanas desmienten el determinismo más radical. Es cierto que algunas cosas están fijadas: no puedo saltar más alto de lo que me permitan mis músculos y la gravedad. Pero también es cierto que otras cosas dependen de mí, por ejemplo, seguir o no seguir la dieta indicada por el médico (al que acudí libremente…).
En el camino de la vida, cientos de decisiones son libres, son responsables, tienen un valor ético. Serán acciones malas si mi voluntad opta por el egoísmo, la prepotencia, el placer desordenado, la avaricia, el odio. Serán buenas si mi voluntad escoge el servicio, la disciplina, la generosidad, la honradez.
Puesto que no estamos determinados ni por el ambiente, ni por las miradas ajenas, ni por el ADN que nos ha tocado en suerte, podemos realizar actos libres, que inician procesos dañinos en un mundo ya muy desordenado, o procesos buenos que promueven la verdad, la belleza y la justicia.
Cada uno decide. Muchos caminos aparecen ante mis ojos. Con un corazón grande, con una voluntad firme, con un sano uso de mis emociones, podré escoger lo bueno, lo que ayuda, lo que sirve realmente para el mundo presente y para el mundo que nos espera a todos al pasar la frontera de la muerte.