Por Raúl Espinoza Aguilera
Si se entiende el orden en la familia como algo necesario para conseguir la convivencia adecuada entre padres e hijos, es muy diferente que considerarlo como una especie de manía obsesiva y escrupulosa de los papás.
El desarrollo del orden nunca debe alcanzar unos límites en que no cabe la vida espontánea de amor; en que cada uno de los hijos se sienta en un clima de libertad y comprensión (Cfr. David Isaacs, “La Educación de las virtudes humanas y su evaluación”).
Si se pide a los miembros de una familia que cuiden una serie de detalles de orden, deben entender que, ante todo, se trata de una virtud que les ayudará a mejorar como seres humanos. Y que, con el tiempo, repercutirá en su rendimiento académico y, después, en su futuro desempeño profesional.
Esta virtud la considero como la base de las demás virtudes, ya que el orden de la persona repercute en:
- Su armonía; b) Su equilibrio interior; c) La moderación; d) El autodominio, es decir, el desarrollo de la fuerza de voluntad y en la forja de un carácter firme y determinado.
Además, existen otra serie de virtudes relacionadas con el orden:
- La austeridad; 2) La serenidad; 3) La higiene y limpieza personal; 4) El sentido de economía y del ahorro (Cfr. Gerardo Castillo, “Los Adolescentes y sus problemas”).
Pienso que lo primero que hay que pedirles a los hijos es que tengan un horario definido, un plan de sus actividades diarias y semanales, que contemple:
- Horas de clases; 2) Horas de estudio y de realizar trabajos manuales o de investigación; 3) Tiempo de convivencia familiar; 4) Tiempo de esparcimiento y deporte; 5) Encargo material en la casa.
Para los niños, o incluso los preadolescentes (de 10 a 13 años), es fácil inculcarles la idea de que ser ordenado puede convertirse en un juego divertido o entretenido.
Recuerdo que me conmovió la humildad de mi amigo Reynaldo, cuando me comentó que cierto día les dijo a sus hijos:
-“Los felicito porque todos están luchando con empeño por cuidar el orden en sus habitaciones y en las zonas comunes de la casa. Pero, habrán visto que la ropa de mi closet no está bien ordenada. Por favor, díganmelo con claridad, porque yo también quiero luchar en este importante tema”. Y les añadía: “¡Ustedes son mis mejores aliados para crecer en esta virtud!”
Claro está que cuando los hijos observan esta actitud sencilla y humilde de su padre o de su madre, se ganan el respeto y la admiración de ellos. Y lo consideran como un miembro más de la familia que está luchando, con naturalidad, por mejorar cada día como persona.