Por Rebeca Reynaud

Fallamos en el amor cuando no hay exigencia. Puede faltar exigencia de novia a novio o de padres a hijos.

El peor aliado en la educación es el miedo, el miedo a ser muy estrictos, a estropear la relación con nuestros hijos, el miedo a exigir. De esta forma nos quedamos en una mediocridad de límites obstaculizando el potencial de nuestros hijos y alumnos.

La exigencia es la receta más antigua y eficaz para conseguir los resultados que deseamos en cualquier campo, pero sobre todo en la educación de los hijos.  Saber emplearla con cariño y de forma adecuada, es la base de éxito, y, lo que es más importante, nuestros hijos nos lo agradecerán siempre.

Somos lo que hacemos día a día, de modo que la excelencia no es un acto sino un hábito, dice Aristóteles. Toda la educación se puede resumir en dos palabras: “cariño y sistema”, o bien “amor y autoridad”, “cariño y reglas”. Es un binomio inseparable y, si falta uno de los dos, la educación se desequilibra.

Una educación integral toma en cuenta la educación del carácter; es decir, la asimilación de las virtudes humanas. Se ha de centrar la atención de los hijos en el desarrollo de sus mayores posibilidades. Hay que educar hijos autónomos –que no quiere decir independientes—, que tengan el gobierno de sí mismos, que actúen de acuerdo con lo que su conciencia les diga. Antes, claro está, deben de formar bien su conciencia.

La auténtica paternidad es la espiritual; es el acompañamiento que demos a las personas, que se sepan queridos y, sobre todo, aceptados. Lo más trascendental de lo humano es lo inmaterial: el acompañamiento. Es necesario que los hijos aprendan a decidir y a asumir las consecuencias de sus decisiones. Si permitimos que los hijos de comporten en base a sus impulsos –como puede ser la ira-, se inhiben sus capacidades.

¿Qué quiere un hijo? Ser escuchado, ser querido y ser aceptado. A un hijo se le ha de corregir cuando actúa mal –con serenidad y en el momento adecuado-, de otro modo siente que le falta el apoyo de la autoridad paterna o materna, pero luego le ha de quedar claro que se le ama y se le acepta. Cuando al hijo no se le ponen reglas —por blandura de parte de los padres o por falta de carácter—, ese hijo sufre, no sabe a qué atenerse, siente que le falta “algo”, y ese “algo” es el respaldo de la autoridad.

Es más fácil decir que sí a los hijos, que decirles “no”, pero es necesario ponerles límites, por su mismo bien, para que haya orden y ley, y para que no se vuelvan tiranos. Es muy recomendable que los hijos no tengan todo, que les falte algo.

Los dos grandes pecados de la familia son la ignorancia y el egoísmo. Hay que conocer a los hijos, hay que darles tiempo y energía. La única manera de ayudarlos a que fortalezcan su voluntad es ayudándolos a saber afrontar lo difícil y lo desagradable con optimismo y espíritu de lucha. La única tarea de los padres es hacer hijos buenos. Ser hijos buenos implica ser buenos amigos, buenos estudiantes, buenos hermanos, buenos ciudadanos, etc. Para que los hijos sean buenos hay que escucharlos, orientarlos y aceptarlos.  Hay que ayudarlos a que sean capaces de recuperarse de los golpes de la vida y de adaptarse a las circunstancias.

Los hijos son seres de aportaciones, pueden llegar a ser focos de iniciativas, por eso hay que escucharlos, ayudarles a pensar en los pros y los contras de sus decisiones. Muchas veces lo que no habían pensado por sí mismos, lo piensan cuando lo hablan con sus padres y amigos, pues el exponer los proyectos les ayuda a profundizar.

Lo que más ilustra a los hijos y a los alumnos es la ejemplaridad, es el medio por excelencia para educar, asimismo la congruencia.

Hoy que se discute tanto sobre si se ha de dar educación sexual en el jardín de Niños o no, es obvio que serviría mucho más darles una educación en las virtudes humanas, es decir, educación de la voluntad para que sean niños que tengan hábitos buenos, que sean generosos, templados, fuertes, sinceros, honestos, responsables, alegres y respetuosos de los mayores.

Benedicto XVI dijo:

Tened un gran respeto “por la institución del sacramento del matrimonio. No podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo tiempo, no hay fidelidad entre los esposos (…). Al mismo tiempo Dios os llama a respetaros también en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la vida conyugal que, por disposición divina, está destinada a los casados es solamente fuente de felicidad y de paz en la medida en que sepáis hacer de la castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas futuras” (Discurso del Papa a los jóvenes en el estadio de Pacaembu, en Sao  Paulo, Brasil).

Hay un libro de Eusebio Ferrer que ayuda a profundizar en este tema: Exigir para educar, Colección Hacer Familia. Ed. Palabra. ISBN 978-84-9061-334-4.

 
Imagen de Mojca-Peter en Pixabay


 

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