Antonio Maza Pereda
Es fácil ver lo malo de la campaña presidencial 2018. No es tan fácil ver lo bueno.
Empecemos por lo feo. Opiniones, sobre todo en las redes sociales, con pésima ortografía y redacción. Lo que muchas veces sirve para descalificar a quien opina. Como si una persona que no tuvo acceso a la educación de alta calidad no pudiera opinar. Y todos, ignorantes e ilustrados tienen los mismos derechos políticos. Otro asunto feo: La guerra de lodo. Por no tener la mínima noción de lógica, por no tener ideas propias, por no saber convencer con argumentos, se «debate» (en un decir) demostrando que el contrincante es malo, confiando que así el electorado considerará bueno a quien ataca. En la conducción de asuntos públicos y privados, estamos acostumbrados a vencer con la fuerza de la autoridad y no con la fuerza de la razón.
Lo malo es muy visible. Y lo peor es que, de tan acostumbrados a verlo, ya no lo tomamos en cuenta para la elección de gobernantes. El odio que reflejan muchos en su propaganda. El insulto en lugar del argumento. Tratar de poner a la sociedad los unos contra los otros, con la confianza de que en ese rio revuelto estará su ganancia. Y nadie puede decirse ajeno. Esta ha sido una campaña que se caracteriza por poner a mexicanos contra mexicanos. Odio, odio por todas partes. Pero, para ser justo, el odio no nació en 2018. El odio ya estaba ahí desde hace mucho tiempo, generaciones tal vez. Solo se ha hecho más visible, se ha cristalizado por la mayor capacidad de comunicación de las redes sociales. En las relaciones en el trabajo, el bullying en las escuelas. El odio como atractivo en telenovelas y series. El fruto amargo de haber rechazado los valores tradicionales de nuestra sociedad y vaciar a nuestra cultura de su alma. Sí, estoy consciente de que no todos son así. Que los que odian son minoría. Pero eso no es motivo para no tener una enérgica campaña para desterrar el odio de nuestras relaciones.
Ante todo eso, ¿qué bien podríamos encontrar? Uno muy grande. Un gran interés de la ciudadanía por el tema político. Asuntos que no se mencionaban, ahora se mencionan, se argumentan bien o mal, se sostienen puntos de vista. Ha aumentado de modo importante el interés de la ciudadanía por los temas de política. Y esto es algo fundamental. Sin interés ciudadano, no es posible la democracia. Ese ha sido el ingrediente que faltó en nuestra transición democrática y que ahora se ha incrementado muchísimo.
En cualquier caso, con cualquier resultado que tengamos de este 2018, ese interés por la conducción del Estado no debe perderse. Si mantenemos esta actitud, este interés, la clase política no tendrá más remedio que seguir el mandato ciudadano. O declararse en franca dictadura, que sólo hará más lento el cambio que deseamos todos. Interesarnos por construir un país donde la ley gobierne, donde las mayorías y las minorías sean tomadas en cuenta. Un país que no esté dominado por el odio.
Publicado en la edición impresa de El Observador 13 de mayo de 2018 No. 1192