Por Marcelo López Cambronero
Desde las primeras semanas de su Pontificado se habló de los dichos porteños de Francisco: «primerear», «balconear», «hacer lío», etc. Lo destacó mi buen amigo Jorge Milia, antiguo alumno de un joven profesor de Literatura llamado Bergoglio. Lo escribió primero en el blog Terre d’America y después nada menos que en L’Obervatore romano.
Sin embargo, pasados los años, creo que lo más destacable del lenguaje de nuestro Papa no es la jerga bonaerense, tan simpática, sino el estilo de comunicación en el que se insertan sus palabras. Así lo advertía también el jesuíta Antonio Spadaro hace unos meses, en una publicación del Observatorio Blanquerna, una entidad que crece y cobra cada vez más vigor bajo la dirección de la gran periodista Míriam Díez Bosch.
Francisco ha roto las barreras de la comunicación tradicional de los Papas, llegando más lejos de lo que hizo Juan Pablo II, aunque siguiendo la misma dirección. Los críticos le dicen que habla en todas partes y en todo momento, esté o no preparado para hacerlo, y tienen razón. Su estrategia de comunicación es carecer propiamente de una estrategia de comunicación, es decir, ser siempre él mismo, accesible, directo, inmediato.
Como es natural esto lleva a confusiones y malos entendidos, de los que ya hemos tenido rendida cuenta en estos años y, sobre todo, permite a quienes así lo desean realizar interpretaciones pérfidas de sus palabras. Recuerdo por ejemplo -tomo la anécdota también de Spadaro- cuando quiso explicar que hacían falta más mujeres en la Comisión Teológica Internacional, señalando que ahora eran tan pocas que parecían «la guinda del pastel»… De esta manera expresaba que eran lo mejor y más lindo de la Comisión, como su culminación, pero también que eran insuficientes… No faltaron algunos que quisieran dar a entender que el Papa quería a las teólogas «de adorno», lo que evidentemente no era verdad.
Pero no quiero hablar de esas maldades, tan comunes en los medios, sino de que tenemos que entender que Francisco quiere presentarse ante los demás siempre como es: próximo, cordial, afable, con tendencia a la broma y a la metáfora, a un tipo de expresiones que son más usuales en la cercanía que en los sobrios comunicados públicos. Y es así porque quiere una Iglesia más afectuosa y se asegura de dar testimonio (él, el primero) de la cercanía de Cristo.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de junio de 2018 No. 1195