Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

¡Involucrarse en la política es una obligación para el cristiano!

Papa Francisco

Muchos glosadores del liberalismo político se han valido de la sentencia de Cristo «Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Lc. 20,25) para justificar con el Evangelio la separación rotunda entre el ciudadano y el creyente. Nada más falso.

Sin embargo, en el otro extremo aún pesa la historia de mil años de la Cristiandad europea, que invistió a muchos obispos (principalmente el de Roma) en negocios mundanos, esto es, en el gobierno de los pueblos, con variopintos resultados.

De ser esa una etapa plenamente superada da cuenta la prohibición canónica que dice: «Les está prohibido a los clérigos aceptar aquellos cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil» (canon 285 § 3), enfatizada poco después de este modo: «No han de participar [los clérigos] activamente en los partidos políticos ni en la dirección de asociaciones sindicales, a no ser que, según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, lo exijan la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común» (c. 287 § 2). Más adelante, el citado ordenamiento abunda: «los clérigos han de valerse igualmente de las exenciones que, para no ejercer cargos y oficios civiles públicos extraños al estado clerical, les conceden las leyes y convenciones o costumbres, a no ser que el Ordinario propio determine otra cosa en casos particulares» (canon 289 § 2).

Del reiterado fracaso de la participación clerical católica en los gobiernos políticos tenemos en América casos que van del presbítero guerrillero Camilo Torres en Colombia, al del presbítero salesiano Jean-Bertrand Aristide en Haití, el religioso Ernesto Cardenal y otros jesuitas en Nicaragua, el franciscano Leonardo Boff en Brasil y el obispo Fernando Lugo en Paraguay.

No se equivoca la autoridad suprema de la Iglesia cuando inhibe a los investidos por el sacramento del Orden a involucrarse en estos menesteres, pero sí, como lamentablemente pasa entre nosotros, que no se tome en cuenta lo que el multicitado Código de Derecho Canónico establece a propósito de la responsabilidad política de los bautizados no clérigos: es «deber peculiar [de los fieles laicos] impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares» (c. 225 § 2).

Que tal siga siendo el talón de Aquiles de la Iglesia en México duele ante las perspectivas de un nuevo gobierno donde los católicos no participan como tales, a diferencia de los cristianos no católicos que de modo orgánico y selectivo ya se han injertado a ella.

Hace poco, un funcionario público importante, intercambiando impresiones conmigo, me preguntó: ¿Por qué la Iglesia no alienta la participación activa de sus miembros en la política partidista? No se lo dije, pero sí lo pensé: porque entre nosotros el clero no ha sabida alcanzar la talla de los tiempos nuevos, que desde hace un cuarto de siglo impiden que esto suceda entre nosotros.

Véase si no la participación y presencia mínima e insignificante de los cursos, talleres, conferencias e impresos que ofrece el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana en las diócesis de México…

Ante la falta de católicos involucrados entre nosotros en el noble oficio de la política, advirtamos en el nuevo horizonte que ofrece un nuevo capítulo de nuestra accidentada vida democrática una coyuntura favorable para revertir esta doliente apatía. Fieles laicos: aprovéchenla.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de julio  de  2018 No. 1200

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