Cuando el Papa León XIII realizó el 11 de junio de 1899 la consagración de toda la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, el 11 de junio del mismo año, obviamente México quedó incluido, como el resto de las naciones.
El pontífice señaló en su encíclica Annus sacrum que una consagración de este tipo es un testimonio «solemne de lealtad y piedad» hacia Jesucristo, quien «es la Cabeza y el Señor Supremo de la raza».
Ahora bien, dar testimonio del Señorío de Cristo no es algoque sólo se pueda realizar una vez, sino que se puede renovar. Por eso vendrían para México nuevas consagraciones, algunas de carácter nacional, y otras de alcance diocesano, parroquial, familiar, personal, etc.
Explica León XIII que la consagración al Divino Corazón «puede establecer o atraer más estrechamente los lazos que naturalmente conectan los asuntos públicos con Dios», por lo que «da a los Estados la esperanza de mejores cosas».
Sobretodo «en estos últimos tiempos, en que se ha seguido una política que ha resultado en una especie de muro levantado entre la Iglesia y la sociedad civil… Esta política casi tiende a la eliminación de la fe cristiana de nuestro medio, y, si eso fuera posible, del destierro de Dios mismo de la Tierra… De ahí la abundancia de males que desde hace mucho tiempo se han asentado en el mundo».
El hombre, desesperado, busca entonces una solución definitiva, la cual sólo puede estar en esto: «Debemos recurrir a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida», remata el Papa León XIII, y así «al final será posible que nuestras numerosas heridas se curen y toda la justicia vuelva a surgir con la esperanza de una autoridad restaurada».
De ahí la importancia de renovar con frecuencia la consagración al Sagrado Corazón de Jesús. México lo ha hecho varias veces.
La primera vez tuvo lugar el 6 de enero de 1914, tras que en 1913 los obispos mexicanos solicitaran el permiso al Papa san Pío X.
El pontífice respondió a los obispos: «Habéis resuelto consagrar… al mismo Corazón Divino, Rey Inmortal de los siglos, la República de México… Todo esto, Nos lo aprobamos de buen grado… Desde hace ya mucho tiempo que con grande solicitud hemos considerado a vuestra Nación y a vuestros asuntos, perturbados por graves desórdenes, y bien sabemos que para conservar y sostener la salud, y la paz de los pueblos, es de este punto necesario conducir a los hombres a este puerto seguro de salvación, a este Sagrario de la paz, que Dios por su infinita benignidad se dignó abrir al humano linaje, en el Corazón Augusto de Cristo Su Hijo».
La segunda consagración de México al Sagrado Corazón de Jesús tuvo lugar el día 11 de octubre de 1924, durante el Primer Congreso Eucarístico Nacional, celebrado del 5 al 12 de octubre en la Catedral Metropolitana de México.
Dicha consagración había sido acordada por el episcopado mexicano desde el 6 de enero de ese mismo año. En la ceremonia de consagración estuvieron presentes no sólo los representantes religiosos, sino también oficiales y políticos, y se empleó la fórmula del Papa León XIII.
La tercera ocasión en que la nación mexicana fue consagrada al Corazón Divino fue el 23 de junio de 2006, en el marco de la visita de las reliquias de santa Margarita María de Alacoque al país.
La consagración se realizó nada menos que en el Santuario del Monumento Votivo Nacional a Cristo Rey de la Paz, en el Cerro del Cubilete, centro geográfico de México.
En la ceremonia se leyó un mensaje que el Papa Benedicto XVI envió específicamente para esa ocasión.
Esto es parte de lo que decía la fórmula de consagración, preparada por la Conferencia Episcopal Mexicana:
«Sagrado Corazón de Jesús, Cristo Rey de la Paz, llenos de júbilo venimos hoy a postrarnos ante Ti y, gozosos, Te proclamamos, una vez más, Rey Eterno de la Nación Mexicana. Coronamos tu frente con una diadema de corazones mexicanos, para que rijas a tu pueblo amado…».
«Recobra el dominio sobre tantas almas apóstatas, desorientadas y engañadas con falsas y perversas doctrinas; conserva la fe en nosotros y despréndenos de los miserables bienes del mundo; calma los odios y une a los hermanos; ilumina a los ciegos; perdona a los ingratos; pero, sobre todo, concede a tu Iglesia la libertad y la paz por la que tanto suspiramos.
Derrite con el fuego de tu divino pecho, misericordioso Jesús, el hielo de las almas; establece tus reales en todos los pueblos de nuestro país y penetre tu caridad a las cárceles, a los hospitales, a las escuelas, a los talleres; haz un trono para ti en cada corazón mexicano, porque los Pastores y las ovejas, los padres y los hijos, nos gloriamos en ser tuyos. Danos, por fin, una santa muerte, sepultándonos en la herida preciosa de tu Corazón de amor, para resucitar en los esplendores del Cielo, cantando eternamente».
D. R. G. B.
Pero… ¿realmente sirven de algo estas consagraciones?
Las consagraciones de México al Sagrado Corazón de Cristo Rey han permitido que se preserve la fe católica a pesar de los continuos embates y persecuciones anticristianos llevados a cabo por la masonería y el socialismo, enemigos naturales de Dios verdadero y de su Iglesia.
De no haberse realizado, los males sufridos por México en la primera mitad del siglo XX hubieran sido muchísimo peores de lo que fueron. La de 1924, por ejemplo, se convirtió en el modo en el que el Sacratísimo Corazón de Jesucristo preparó los corazones del pueblo católico para soportar la persecución religiosa, hasta el grado de abrazar el martirio.
Ahora bien, la consagración al Corazón Divino no es un acto de magia. El Señor exige la cooperación humana para ver resultados. Por eso santa Margarita María, confidente del Sagrado Corazón, explicó: «Aunque Dios quiera salvarnos, quiere que ayudemos de nuestra parte, si no, nada hará sin nosotros».
Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de junio de 2018 No. 1195