Por Antonio Maza Pereda

A raíz del resultado de las elecciones generales del 2018, en algunos medios se ha hablado de la necesidad de reconciliación nacional. Personalmente, no veo que esté ocurriendo. Tal vez es demasiado pronto. Pero creo que es necesaria, incluso indispensable.

Esta ha sido una campaña electoral larga e intensa. Yo no recuerdo ninguna con tanto interés y tanto deseo de opinar. Y eso que cargo encima bastantes años. También creo que, como nunca, se perdió la proverbial cortesía del mexicano. El mal humor social que comentaba el presidente Peña Nieto se extendió y recrudeció, pasando a lo personal, al enojo y a veces al insulto.

También hubo un fenómeno colectivo de cerrazón. Muchos no queríamos oír razones y nos negábamos a oír reflexiones que contradijeran nuestros juicios ya formados. Como si tuviéramos miedo de que, si escuchábamos otros argumentos, nos fueran a convencer de algo que no quisiéramos aceptar.

Por otro lado, hay que reconocer que la inmensa mayoría tenía y tiene un deseo genuino de buscar el mayor bien para la nación. Sí, habrá algunos que buscaron su beneficio personal. Pero no fue el caso de la mayoría. Probablemente por ahí deberíamos de empezar: por reconocer esa buena fe. Lo cual, por cierto, es una de las bases del sentido de lo democrático. Cuando empezamos a ver mala fe y conspiraciones en los que opinan diferente de nosotros, la democracia no es posible.

Partiendo de ahí, deberíamos hacer un examen de conciencia, una autocrítica seria. Darnos cuenta de donde hemos sido ofensivos, reconocerlo y, si es el caso, pedir perdón. Por otro lado, aceptar de buena gana el perdón que otros nos pidan. Que, en la mayoría de los casos, no será expresado con palabras. A veces será un intento de acercamiento, tratar incluso una exploración para ver si hay rechazo. Un pequeño paso para restaurar la cercanía perdida. Y muchas veces eso será suficiente.

No, no es fácil. Ciertamente nos va a costar mucho trabajo. Pero reconozcamos también que es algo indispensable. No podemos perder amistades, relaciones, concordia familiar por algo como una contienda política. Aceptemos que tuvimos una época de enojo colectivo, casi de locura temporal, y que ni nosotros ni los que nos ofendieron éramos plenamente conscientes de nuestros actos.

Pero reconciliarnos es algo indispensable. Nos necesitamos los unos de los otros, compartimos mucho más que lo que nos separa. Y eso es lo que realmente vale.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 15 de julio de 2018 No.1201

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