Por Fernando Pascual

Se trata de una frase que algunos lanzan al viento después de haberse producido graves errores: nunca más volverá a pasar.

Se destapa un caso de corrupción entre políticos. Diversos parlamentarios lanzan el grito: nunca más habrá corruptos en puestos de gobierno.

Se descubren graves peligros en la calidad de los alimentos. Un folleto de propaganda empieza a circular: nunca más ocurrirá lo mismo.

Saltan a las noticias errores y deficiencias en los hospitales. Un político promete que nunca más habrá descuidos que dañen a los enfermos.

La promesa del «nunca más», sin embargo, muchas veces es falsa. Porque ciertos errores son inevitables. Porque incluso gente que hoy es honrada mañana puede caer en la tentación de un soborno.

Los que prometen «nunca más» tendrán motivos diversos para proclamar esa frase. Uno consiste en cierta ingenuidad y falta de experiencia.

En cambio, quien tiene un mínimo de conocimiento de la volubilidad humana y de lo complejo que es nuestro mundo, sabe que es muy fácil que se repitan errores y daños del pasado.

Otro motivo para usar (y abusar) del «nunca más» es más grave: querer engañar a la gente. Porque resulta fácil prometer, tras un escándalo, que no volverá a ocurrir para conseguir votos.

Tanto la ingenuidad como el engaño son motivos suficientes como para no dar crédito a quienes lanzan su famoso «nunca más». Los unos, porque no podemos dejar responsabilidades a ingenuos. Los otros, porque quienes mienten no merecen nuestra confianza.

«Nunca más»… Es bueno, es necesario, desear que no se repitan fallos. Seguramente no lograremos alejarlos del todo, pero podemos tomar caminos eficaces para que sea más difícil que vuelvan a ocurrir.

Entre esos caminos eficaces, uno consiste en no escuchar a ingenuos ni a mentirosos, para trabajar en serio con quienes ofrecen pistas realistas para mejorar, al mismo tiempo que nos preparamos para afrontar nuevos golpes y daños (no siempre podremos evitarlos) con serenidad y con paciencia.

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