Por Jaime Septién
El domingo 22 de julio fue el día convocado por el Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) para que los fieles católicos de todos los países que componen la región se unieran en una misma voz en una jornada especial de oración para detener la violencia brutal que se vive en Nicaragua.
A la jornada de oración se le unió la Iglesia Católica de América y Europa en solidaridad con el pueblo y los obispos nicaragüenses que han sufrido agresiones verbales y físicas, para que el Señor les dé la luz necesaria y, a través del diálogo, prontamente el pueblo de Nicaragua pueda recobrar la paz que tanto anhela.
La violencia se recrudeció tras la celebración, el 19 de julio pasado, del 39º aniversario de la caída de Anastasio Somoza y el triunfo de la revolución sandinista. Lejos de buscar la paz, el entonces comandante de la revuelta, Daniel Ortega Saavedra, arengó a sus huestes al combate.
En esta ocasión no fue otro su objetivo sino denostar a la Iglesia católica y atizar el fuego de los grupos a sueldo del Gobierno en su contra. En versión de Ortega, los obispos de Nicaragua se han convertido en «conspiradores» y «golpistas», abandonando su papel de mediadores del conflicto.
«Pensé que eran mediadores, pero le pidieron al presidente (o sea, al propio Daniel Ortega) que saliera; son parciales, han maniobrado un golpe de Estado contra el Gobierno», dijo en su discurso de aniversario.
No conforme, Ortega arremetió contra los fieles católicos del país centroamericano (él mismo se define como católico), y los acusó de no haber convocado «nunca» a «manifestaciones pacíficas» desde que comenzó la insurrección popular el 18 de abril pasado.
Es más, subrayó Ortega, «si la policía entró en las iglesias es porque son cuarteles, ocultan armas», en tanto que subrayaba que los prelados nicaragüenses, a cuyo frente se encuentra el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Leopoldo Brenes, son aliados de «fuerzas internas y externas».
La alusión de Ortega es clara: la Iglesia católica se ha «aliado• con las fuerzas «contrarias a la revolución», es decir, los empresarios y los grupos pro-derechos humanos, mientras que, al extranjero, lo están haciendo con Estados Unidos y la Organización de Estados Americanos (la OEA).
Cabe resaltar que el miércoles 18 de julio una resolución de la OEA pidió a Ortega apoyar «un calendario electoral» acordado en el diálogo nacional, en una fórmula que busca elecciones anticipadas como vía para salir de la crisis.
Los «demonios» de Ortega
En una velada alusión a esta «alianza» en su discurso de 39º aniversario pronunciado en Managua, Ortega señaló que los obispos le propusieron a comienzos de junio «adelantar las elecciones» y que él no se presente a la reelección, como medio para superar la grave crisis que vive el país centroamericano.
El pedido de los obispos –según Ortega– lo «sorprendió» y lo llevó a considerar que los prelados «están comprometidos con los golpistas» y «eran parte del plan con los golpistas». Y ya encarrilado explicó a sus simpatizantes: «Me duele mucho decir esto, porque yo le tengo aprecio a los obispos, les respeto, soy católico», agregó.
«Exorcicen a los demonios que tienen allí», recomendó Ortega a los prelados nicaragüenses en clara alusión a la jornada viernes 20 de julio en que éstos pidieron un día de ayuno y oración en el que se rezará una oración de exorcismo a San Miguel Arcángel en desagravio por las profanaciones de estos últimos meses contra Dios con la violencia.
Ante esta arremetida de Ortega, del gobierno sandinista y de las fuerzas leales al régimen, el Celam convocó para hoy domingo una jornada de oración por la pacificación de Nicaragua: «Es nuestro deseo y pedimos que en todas nuestras celebraciones, en todas las comunidades de creyentes de todos nuestros países, se eleve una oración especial para el pueblo de Nicaragua», dice el texto-invitación de los obispos latinoamericanos y del Caribe.
Como ha sucedido con Venezuela, la crisis de violencia y enfrentamiento entre el pueblo –sobre todo los jóvenes— y el gobierno que se empeña en permanecer en el poder, además de los cerca de 400 muertos, cientos de heridos y desaparecidos— comienza a perfilar un grave éxodo de ciudadanos nicaragüenses, sobre todo hacia Costa Rica.
Este pequeño país fronterizo con Nicaragua ha abierto dos sedes para dar cabida al creciente número de migrantes que huyen de Nicaragua. Según el canciller Epsy Campbell, en la última semana, todos los días «entre 100 y 150 personas han llegado por primera vez a Costa Rica», procedentes de Nicaragua.
Por su parte, el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, escribió en su cuenta de twitter algo que debió calar profundamente en la conciencia de Ortega: «La Iglesia no sufre por ser calumniada, agredida y perseguida. Sufre por quienes han sido asesinados, por las familias que lloran, por los detenidos injustamente y por quienes huyen de la represión. Rezamos y estaremos a su lado siempre en nombre de Jesús».
Publicado en la edición impresa de El Observador del 29 de julio de 2018 No. 1203