Por Luis Antonio Hernández, director de Voto Católico

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Los resultados del cómputo oficial de la jornada electoral del 1 de julio, realizado por el Instituto Federal Electoral, muestran el resquebrajamiento de la estructura de partidos que durante las últimas décadas caracterizo al sistema político mexicano.

De acuerdo al conteo final de votos, Morena no solamente conquisto la Presidencia de la República, y se erigió como la fracción hegemónica en el congreso federal -55 escaños en el Senado de la República y 189 legisladores en la Cámara de Diputados-, sino que simultáneamente logró reducir a una mínima expresión al resto de las fuerzas políticas del país.

Situación que, además de modificar la estructura de pesos y contrapesos al interior del poder legislativo, supone también una dificultad real para construir una oposición fuerte y representativa que garantice la articulación de los mecanismos jurídicos que permitan evaluar el cumplimiento de los compromisos de campaña, pero más importante aún el equilibrio, racionalidad y control en el ejercicio del gobierno.

Esta tarea formalmente debería corresponder a los partidos representados en el congreso. Sin embargo, la contundencia del resultado de la elección los tiene inmersos en lo que apunta a convertirse en un largo proceso de aceptación, análisis y reestructuración interna, que entre otras cosas les permita entender la voluntad de una mayoría democrática que se expresó en las urnas y adaptarse a las circunstancias de la nueva realidad nacional.

Frente a esta circunstancia, la sociedad civil organizada representa la alternativa más sólida para consolidar esa contraparte ciudadana que controle, vigile, exija, proponga y defienda de manera enfática los intereses y aspiraciones de los mexicanos.

Con una feligresía de aproximadamente 83 millones de personas y una amplia estructura organizacional, cada día más actuante, que se distribuye a lo largo y ancho de la república mexicana, los católicos podrían convertirse en el factor que por su sensibilidad frente a los problemas que nos afectan como comunidad, pueda equilibrar, evaluar y acompañar con mayor eficacia el desempeño de los gobernantes y legisladores que resultaron electos, señalando caritativamente aquellas acciones, programas e iniciativas que nos aparten del reino de Dios, promoviendo de manera decidida, pero respetuosa las virtudes y valores que consideramos fundamentales para el óptimo desarrollo de la sociedad.

Durante los meses recientes miles de ciudadanos laicos se han hecho presentes en la vida política de nuestra nación, con el propósito de hacer patente su postura y convicciones respecto a diferentes temas vinculados con nuestra fe, como: el respeto a la vida, la dignidad humana, el fortalecimiento de la familia y la reivindicación de los más necesitados, lo que ha contribuido a la configuración de una importante estructura de representación social.

No basta con señalar las situaciones negativas; debemos tener voluntad para anunciar y participar en la construcción de un nuevo orden político y constitucional, aportando una visión humanista encaminada a garantizar el auténtico bien común.

Hoy tenemos que mostrar una plena convicción y disposición para caminar por la senda establecida por un segmento importante de la población. Todos somos Iglesia. Todos somos México.

 

Publicado en la edición impresa de El Observador del 22 de julio  de  2018 No. 1202

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