Por Fernando Pascual
Tomo un guijarro entre mis dedos. Me asomo ante un torrente impetuoso. Dudo entre arrojarlo o retenerlo. Si lo tiro, será difícil recuperarlo. Si lo conservo, podré pensar qué hacer con él en el futuro.
La vida es mucho más importante que un guijarro. Puedo tirarla a un torrente de vicios y egoísmos. Puedo cuidarla y conservarla para disponer adecuadamente de ella.
Cada opción que realizo arroja un poco de mí mismo al gran flujo de la historia. No puedo modificar el pasado. Lo decidido marca mi presente y mi futuro, lo que tengo y lo que soy.
El guijarro sigue en mi mano. Avanzo y veo una necesidad. Puedo dejar a un lado esa piedra para hacerme disponible y ayudar. Luego la tomaré y seguiré adelante. Lo que ahora haga o deje de hacer tiene su importancia.
En el camino de la vida humana, necesito darme cuenta de la importancia de cada decisión. Lo que se escoge desde el egoísmo, la avaricia, el descontrol en los placeres, me daña profundamente. Lo que se escoge desde el amor embellece el mundo y la propia alma.
El tiempo sigue su carrera. No puedo aplazar las decisiones. Con ellas oriento mi vida, dejo y tomo, construyo o destruyo, siembro cariño o provoco rencores.
Miro nuevamente ese guijarro en la mano, totalmente disponible ante mi libertad. ¿Qué haré con él? El torrente baja veloz, inexorable, como la vida. Tengo que tomar mi decisión.
Después de mi gesto, algo nuevo iniciará en el mundo. Pido luz a Dios, para que sepa decidir prudentemente, guiado por la capacidad más hermosa que tenemos como seres humanos: la que nos permite amar y acoger el amor de otros…