Por Fernando Pascual
Buscamos ayuda en tantos asuntos. Para el cuerpo, un buen médico. Para el ahorro, un consejero experimentado. Para los arreglos en casa, un especialista en cables y paredes.
Hay asuntos que requieren una ayuda más completa. Cuando algunos síntomas nos inquietan, no basta cualquier consejo ni un médico encontrado casualmente. Queremos un buen diagnóstico y una ayuda experta.
También en el cuidado de nuestro corazón, en la vida de nuestras almas, necesitamos a alguien que nos dé consejos, que nos aparte del mal, que nos oriente hacia los bienes verdaderos.
Si el mal ha entrado en nosotros hasta el punto de llevarnos al pecado y a los vicios, la ayuda decisiva solo puede venir de Dios, de quien nos ha creado y nos espera en la Patria definitiva.
Sabemos que Dios mismo quiso acercarse a nosotros cuando el Hijo se encarnó en la Virgen María. Desde entonces, la búsqueda de un Salvador ha logrado la respuesta completa: Jesucristo.
Por eso, ante tantos males que afligen a las personas, a las familias, a las ciudades, a los pueblos, necesitamos abrirnos plenamente para acoger a Aquel que nos trajo la verdadera salvación del pecado y de la muerte.
Mientras profetas falsos del pasado o del presente exaltan salvaciones efímeras desde el dinero, el placer, la revolución, la raza o la creación de inteligencias artificiales, solo Cristo ofrece la salvación definitiva y completa.
Ya no necesitamos buscar otros salvadores, porque el mismo Salvador vino a nosotros. Solo nos queda acogerlo libremente, entrar en el grupo de «los que creen en su nombre». Entonces se producirá el gran milagro: llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1,12).