Por Fernando Pascual
Hay despedidas difíciles. Porque juntos pasamos momentos buenos y momentos de tormenta. Porque nos ayudamos y nos sentimos libres en una amistad sincera. Porque no sabemos si será posible un reencuentro.
Pero llega la hora de decir adiós. La partida pondrá distancias en nuestras vidas. Quizá tenues, gracias a los medios electrónicos, pero no por ello menos reales: la relación no será la misma.
Quedan tantos recuerdos de experiencias compartidas. Diálogos, tal vez discusiones, trabajos en común, momentos de dificultad, reencuentros, ayudas, regalos, ideales que empujaban hacia nuevas metas.
La vida sigue su camino. No termina una amistad, pero tampoco será como antes. Lo importante es ver lo bueno compartido durante una etapa de la historia común para que siga iluminando el presente y el futuro.
El adiós deja abiertas posibilidades de reencuentro aquí en la tierra. Gracias a un viaje será posible esa alegría del estar juntos, del constatar los cambios (también las canas) en cada uno, de comunicarse una amistad auténtica.
No siempre ocurre ese reencuentro. El pasar del tiempo puede enfriar una relación por la llegada de nuevas personas en las respectivas vidas. Pero para el amor humano pleno siempre quedan modos de mantener encendida la unión de espíritus.
Esperamos, desde la fe compartida, reencontrarnos en el cielo, bajo el amor misericordioso de un Dios Padre que envío a su Hijo. Fue ese Hijo el que llamó a los humanos «amigos» y quiso estar siempre con nosotros en el Espíritu.
El tren o el avión tiene que partir. Un último abrazo, tal vez alguna lágrima, y el viaje inicia. Dos amigos se despiden con pena, pero también con la certeza de que lo bueno que les unió mantendrá su fuerza ahora y en el mundo definitivo de los cielos…