Con solamente 1 metro 28 cm de estatura, el padre Raúl es un sacerdote con un corazón enorme, cuyo tamaño lo destaca donde quiera que va. Más que un defecto, su pequeñez es su gran virtud

Por Chucho Picón

En entrevista concedida a El Despertador Hispano durante el V Encuentro Nacional de Pastoral Hispana/Latina, celebrado en el mes de septiembre en Grapevine, Texas, el padre Raúl Valencia compartió su particular testimonio.

De dentista a sacerdote

Primero ejercí 11 años como dentista en México. Trabajaba con grupos de jóvenes y al prepararnos para un retiro, tuve que hacer unas notas en el pizarrón y, como no alcanzaba, me subí a una silla que tenía ruedas.

La silla se fue moviendo, yo caí al suelo, puse mi brazo derecho, me lo fracturé y no pude trabajar por tres meses. Entonces, unos misioneros de Roma me invitaron a vivir un retiro personal y acepté ir. Viví el retiro y nunca pensé ser sacerdote y mucho menos después de ser dentista durante 11 años.

Después de haber vivido el retiro dije: con ellos no me voy a ir porque no me gusta usar traje ni corbata, querían que me fuera con ellos. Si acaso como sacerdote, no creo, porque no me siento llamado. Trabajando con jóvenes, me decían: «Doctor, por qué no es usted sacerdote». Y me caían muy mal. Yo decía: ¿Por qué?, ¿porque me ven chiquito o porque no me queda de otra? Lo interesante es que ellos tenían razón. Jesús habla a través de las personas. Yo empecé a discernir a través de este retiro. Lo interesante de esto es que, siendo dentista yo me iba a casar, con anillo de compromiso, con la casa puesta, pero Dios tenía sus planes, porque yo nunca pensé vivir esa experiencia. Después de vivir el retiro, el Señor empezó a llamarme todos los días en mi cabeza y en mi corazón y yo le decía: «Señor, te estoy ayudando, tengo un grupo de jóvenes; en mi profesión ayudo a la gente que no puede pagar un dentista; doy higiene bucal a los pobres, doy un 50 o 60 %», pero Él quería el 100%. Le dije: «Tú ganas, Señor, me voy al sacerdocio». Le escribí una carta a mis pacientes para despedirme y, así me fui al seminario, lo dejé todo.

Su vida en el sacerdocio

Si antes dejaba a la gente como dentista con la boca abierta, ahora la sigo dejando con la boca abierta pero con mi pequeñez. A donde quiera que yo voy soy un impacto y con la gente de mi comunidad igual. Dios se vale de eso, de nuestros talentos, de nuestra pequeñez para llamar la atención y ahora evangelizar. Esto no es un impedimento, es una fuerza, es una herramienta fuerte para la gloria de Dios y hacer las cosas en su nombre. Es un don porque rompes barreras, no hay límites no hay barreras, no hay con qué no puedas, es una oportunidad de decirle a quien por alguna razón se sienta acomplejado o que no puede hacer, que sí se puede hacer y si lo hacemos para la gloria de Dios tiene mayor trascendencia.

El sueño de su vida

Tendría miedo si dejara mi sacerdocio, espero que no, porque lo disfruto mucho. Tiene muchos retos, pero a la vez tengo muchas bendiciones, tengo mucha gente que me ama, que me acompaña y mi sueño es morir siendo sacerdote y tratar de ayudar a gente a salvarse, a conocer a Cristo.

No querían ordenarlo sacerdote por su baja estatura

Para el Padre Raúl Valencia su baja estatura siempre representó un gran reto, una gran dificultad a la que tuvo que sobreponerse a lo largo del tiempo y, muy principalmente, a lo largo de los años en que cursaba la educación primaria, pues es durante estos grados escolares en que los niños son más crueles y más agresivos.

Hasta que estuvo en la universidad logró que las burlas se transformaran en reconocimiento por parte de sus compañeros, al ver su esfuerzo por aprender y, sobre todo, al advertir la inteligencia y habilidad mental que tenía. Es así como fue no sólo aceptado, sino apreciado por su comunidad universitaria: se había ganado el respeto con valor, perseverancia y con la ayuda de Dios.

Sin embargo, cuando entró al Seminario, ya en los últimos años, se tuvo que enfrentar a la prueba más difícil que Dios le había puesto: sus maestros y superiores no querían ordenarlo sacerdote por su baja estatura; tenía en contra a varios presbíteros que se cuestionaban cómo era posible que alguien de su tamaño pudiera ser sacerdote. ¿Cómo celebraría las Misas en los altares? ¿Cómo sería visto? Y una vez más, con la ayuda de Dios y con la luz del Espíritu Santo, el padre Raúl Valencia tuvo los argumentos necesarios para convencer a sus superiores de que él deseaba ser sacerdote para servir al Pueblo de Dios y que para eso no había impedimento pues todo lo tenía: piernas, manos y ojos. Y Dios lo empujó y fue ordenado presbítero para la alegría de México y de todos los hispanos en Estados Unidos.

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https://goo.gl/vppa2g

Publicado en la edición impresa de El Observador del 7 de octubre de 2018 No.

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