Extracto de la carta del Cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, fechada el 7 de octubre

Querido hermano Carlo Maria Viganò,

 Ofrezco aquí mi testimonio personal, como prefecto de la Congregación para los Obispos, sobre los asuntos que conciernen al arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, y su presunta vinculación con el Papa Francisco, que son objeto de tu clamorosa denuncia pública.

 Tú dices haber informado al Papa Francisco el 23 de junio de 2013 sobre el caso McCarrick durante la audiencia que te concedió, a ti y a otros muchos representantes pontificios con quienes ese día se encontraba por primera vez. Imagino la enorme cantidad de información tanto verbal como escrita que tuvo que recoger en aquella ocasión acerca de tantas personas y situaciones. Dudo seriamente que  McCarrick le interesara hasta el punto que tú querías hacer creer.

 Las instrucciones escritas que preparó para ti la Congregación para los Obispos cuando iniciaste tu servicio en 2011, no decían nada sobre McCarrick, sino que te informé oralmente sobre su situación de obispo emérito que debía obedecer a ciertas condiciones y restricciones, a causa de rumores sobre su comportamiento en el pasado.

 Desde el 30 de junio de 2010 que soy prefecto de esta Congregación, jamás he llevado a audiencia ante el Papa Benedicto XVI o el Papa Francisco el caso McCarrick, salvo en los días después de su decadencia del Colegio de Cardenales.

 El ex-cardenal, jubilado en mayo de 2006, fue exhortado a no viajar y a no hacer apariciones públicas a fin de no provocar más rumores como los que circulaban sobre él. Es falso presentar las medidas tomadas en relación a él como «sanciones» decretadas por el Papa Benedicto XVI y anuladas por el Papa Francisco.

 No hay documentos al respecto firmados por uno u otro Papa, ni nota de audiencia de mi predecesor el cardenal Giovanni Battista Re, que dieran el mandato de obligar al arzobispo emérito McCarrick al silencio y a la vida privada con el rigor de penas canónicas.

 No se disponía entonces, a diferencia de hoy, de pruebas suficientes de su presunta culpabilidad.

 ¿Cómo es posible que este hombre de Iglesia, cuya incoherencia se conoce hoy, haya sido promovido varias veces hasta ocupar las muy altas funciones de arzobispo de Washington y como cardenal?  Yo mismo estoy muy sorprendido de esto, y reconozco fallos en el proceso de selección.

 Se debe comprender que las decisiones tomadas por el Soberano Pontífice se apoyan en la información de la que se dispone en ese momento preciso, y que son objeto de un juicio prudencial que no es infalible.

 Me parece injusto llegar a la conclusión de que hubo corrupción en las personas encargadas del discernimiento previo, aunque, en el caso que nos ocupa, ciertos indicios que aparecen en los testimonios hubiesen debido ser examinados más a fondo.

TEMA DE LA SEMANA: OBJETIVO: ¿DERRIBAR A PEDRO?

Publicado en la edición impresa de El Observador del 14 de octubre de 2018 No.1214

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