P. Fernando Pascual
La sana política promueve el bien común, la convivencia, la justicia, el respeto de los derechos fundamentales. La política enfermiza prefiere tutelar intereses particulares, daña la convivencia, va contra la justicia, no respeta los derechos fundamentales.
En países que se declaran democráticos existen políticos que, a nivel personal o apoyados por sus grupos ideológicos, van contra la sana política al preferir quedar bien ante las encuestas, controlar el poder por el poder, promover intereses más o menos mezquinos.
Por eso, cuando en esos países algunos partidos políticos promueven la violencia callejera, o el amiguismo en la distribución de los cargos públicos, o la rebeldía contra los jueces y contra sus sentencias, estamos ante situaciones graves de descomposición social.
Se esperaría que la gente que ama el derecho y que busca la justicia haría lo posible por aislar a tales políticos y por marginar a los partidos que los apoyan. Igualmente, los sistemas jurídicos deberían acusar a quienes alientan desobediencias dañinas o violan leyes básicas de convivencia.
Pero si en la sociedad una importante parte de la población vive desinformada, o llega a creer que casi todos los partidos políticos incurren en males como los mencionados, ¿qué esperanza puede haber para una regeneración social? ¿Cómo reaccionar si no aparecen en el horizonte políticos honestos, capaces de promover en serio el bien común?
No resulta fácil superar la crisis que se produce en un Estado cuando una buena parte de los dirigentes ha perdido el norte y trabaja en contra de sus obligaciones básicas. Sobre todo cuando con tanta frecuencia hay políticos que hablan y que defienden en público delitos que merecerían un castigo adecuado, que critican a los jueces y que amenazan con rebelarse ante sentencias justas.
Conserva una triste actualidad la famosa pregunta de san Agustín: sin la justicia, ¿no se convierten los reinos en bandas de ladrones? Al revés, llena de esperanza la frase opuesta: cuando en un Estado hay quienes buscan como objetivo fundamental la justicia y la concordia, existen posibilidades de regeneración social, de auténtico progreso y de verdadera paz.