Por Jaime Septién

«¿Es usted superfluo? Por supuesto que no. ¿Y sus hijos? De ningún modo. ¿Y sus parientes y amigos? Lo sé, la pregunta es casi impertinente. Y, para ser sincero, yo tampoco me siento superfluo. ¿Quién puede sentirse así? A lo sumo, en días muy malos. Sin embargo, es mucha la gente en este planeta considerada superflua desde la perspectiva de economistas, organizaciones internacionales y élites globales. Quien no produce ni consume nada no existe».

Con estas palabras resume el escritor búlgaro Ilija Trojanow al «hombre superfluo» en el ensayo que lleva ese mismo título (Plataforma Editorial, Barcelona, 2018). A lo largo del texto, Trojanow combate la idea propia de las «élites internacionales» y muchos «sabios» de café, «que la superpoblación es el mayor problema de nuestro planeta».

Pero, si es preciso reducir el número de personas que habitamos la Tierra (de aquí la aceptación social del aborto y de la eutanasia, por ejemplo), ¿quiénes serían los que tendrían que desaparecer? Los pobres, los no nacidos, los ancianos… ¿Quién tendría «el derecho» a declararlos prescindibles? Los Herodes de nuestro tiempo.

El Adviento y la Navidad –el tiempo de espera y preparación para el gran Nacimiento— reivindican al hombre, lo hacen imprescindible. Cristo es la garantía de que nadie es superfluo en este mundo.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de noviembre de 2018 No.1220

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