Por P. Fernando Pascual
Si un cristiano pierde de vista su origen puede desviarse y llegar a un modo de pensar y de vivir contrario a la verdadera fe.
Al revés, si un cristiano vuelve su mirada y su corazón a su origen, mantendrá viva su fe y caminará como auténtico discípulo.
Volver a Cristo, siempre, es una urgencia. Como miembros de su Iglesia, como bautizados, como hijos redimidos por la Sangre del Cordero, necesitamos mantenernos muy unidos a la vid (cf. Jn 15).
En una sociedad donde miles de mensajes circulan, donde la presión de medios desinformativos engaña, donde el dinero se convierte para muchos en el fin, necesitamos urgentemente reencontrarnos con Cristo.
No va a ser fácil. La fuerza del mundo, del demonio y de la carne se hace sentir continuamente. Pero sabemos que es mucho más fuerte el Señor, pues ha vencido al pecado y a la muerte.
En lo cotidiano, el bautizado que vive en el Señor no solo superará las pruebas, vencerá las tentaciones, o se levantará con rapidez de sus caídas, sino que podrá correr, alegre, por los caminos del Evangelio.
No debemos temer. La invitación de Cristo a los discípulos tras su Resurrección vale para nosotros. El mundo y sus vanidades pasan (cf. 1Cor 7,31), mientras que «quien teme al Señor de nada tiene miedo, y no se intimida, porque Él es su esperanza» (Si 34,14).
Con nuestra Iglesia católica, con el Papa y los obispos fieles, mantenemos encendidas nuestras lámparas. Nos unimos a la multitud de mártires y santos de todos los siglos, mientras gritamos, con alegría, «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7,10).