Ante la creciente urgencia de la actual crisis ecológica y social, partiendo del trabajo realizado en el terreno durante los últimos tres años por tantos actores valientes de todo el mundo —dentro de la Iglesia católica y no sólo en ella— para promover y vivir los mensajes de la carta encíclica Laudato Si’, pedimos que se tomen medidas ambiciosas e inmediatas para hacer frente y superar los efectos devastadores de la crisis climática.
Estas acciones deben ser adoptadas por la comunidad internacional, en todos los niveles: las personas, las comunidades, las ciudades, las regiones, las naciones.
Hemos escuchado «el grito de la tierra y el grito de los pobres». Hemos escuchado la exhortación del Santo Padre, el Papa Francisco, y nos solidarizamos con nuestros hermanos obispos que ya han tomado posiciones contra el peligroso uso ilimitado y la explotación de los recursos de nuestra Madre Tierra, así como respecto a nuestros modelos actuales de desarrollo, apoyados por instituciones y sistemas financieros que ponen la vida, la comunidad, la solidaridad y el bienestar de la Tierra después de las ganancias, la riqueza y el crecimiento desenfrenado.
Tenemos que estar preparados para realizar cambios rápidos y radicales (LS171) y resistir a la tentación de buscar soluciones a esta situación actual con arreglos tecnológicos a corto plazo, sin abordar las causas fundamentales y las consecuencias a largo plazo.
Nuestra exhortación se basa en los siguientes principios:
La urgencia:
«El tiempo es un lujo que no tenemos». Hay una creciente mentalización en la opinión pública, también gracias a la investigación científica y los datos, respecto al hecho de que no hay tiempo que perder y queremos llevar esa urgencia a planes concretos, con el objetivo de avanzar hacia una distribución justa de recursos y responsabilidades, en la que los grandes emisores asuman la responsabilidad política y cumplan con sus compromisos de financiación por el clima. «Parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación» (LS 61).
La justicia intergeneracional:
«Los jóvenes nos reclaman un cambio» (LS, 13). Su futuro está en grave peligro y nuestra generación no está haciendo lo suficiente para dejarles un planeta sano. Ser tan miope es una injusticia inaceptable. «No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la Tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán» (LS 159).
La dignidad y los derechos humanos:
En particular de los más vulnerables, deben estar siempre en el centro de la agenda climática. Al implementar el Acuerdo de París, los derechos humanos deben ser protegidos, respetados y apoyados eficazmente, tanto en las políticas nacionales, como en el terreno. Los gobiernos deben mostrar sus esfuerzos en este sentido, en sus contribuciones determinadas a nivel nacional y en sus opciones de financiación para la adaptación y la resiliencia.
Y, por lo tanto, exigimos políticas que incluyan y reconozcan las siguientes llamadas y elementos:
Máximo +1.5°C para mantenernos con vida:
Tenemos el deber moral de «limitar el crecimiento del calentamiento global por debajo de 2°C en comparación con los niveles preindustriales y, de ser posible, por debajo de 1.5°C», según lo concordado por los gobiernos en el Acuerdo de París. Papa Francisco: «Como sabemos, estamos afectados por las crisis climáticas.
Sin embargo, los efectos del cambio climático no se distribuyen de manera uniforme. Son los pobres quienes más sufren los estragos del calentamiento global […] Muchos de los que apenas pueden pagarlos ya se han visto obligados a abandonar sus hogares y emigrar a otros lugares, sin saber cómo serán recibidos». Y seguirán haciéndolo muchos millones de emigrantes. Una transición ecológica justa y equitativa, como exige el Acuerdo de París, es una cuestión de vida o muerte para los países vulnerables y las personas que viven en las zonas costeras.
Necesitamos un cambio profundo y duradero a estilos de vida sostenibles:
Y decisiones políticas audaces que puedan respaldar esos esfuerzos para abordar el consumo excesivo y reducir drásticamente las huellas ecológicas a nivel individual y comunitario.
«Todas estas acciones presuponen una transformación a un nivel más profundo, es decir, un cambio de los corazones, un cambio de las conciencias».
Las tradiciones y los conocimientos especiales de las comunidades indígenas deben escucharse, protegerse y conservarse de manera efectiva:
Ofrecen soluciones valiosas para el cuidado y la gestión sostenible de los recursos naturales. «Nos duele ver las tierras de los pueblos indígenas expropiados y sus culturas pisoteadas por esquemas depredadores y por nuevas formas de colonialismo, alimentadas por la cultura del despilfarro y el consumismo».
No se pueden defender las soluciones falsas que utilizan los recursos naturales como bienes de producción (como las grandes centrales hidroeléctricas, los agrocombustibles o los cultivos comerciales) a expensas de los derechos de las comunidades indígenas.
Es necesario un cambio en el paradigma financiero:
«Las instituciones financieras también juegan un papel importante tanto como parte del problema como de su solución».
Hoy en día es necesario y urgente establecer un sistema de transparencia, eficiencia y evaluación en conformidad con, entre otros, la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 y el Acuerdo de París, y que los mercados financieros sean regulados de acuerdo con estos marcos globales.
Pedimos una financiación que sirva a la sociedad, construya comunidades y promueva la integridad, la igualdad y la justicia.
Hay que transformar el sector energético:
Reiteramos nuestra urgente exhortación a «poner fin a la era de los combustibles fósiles» a través de una rápida transición a una economía impulsada por energías renovables, ya que los científicos saben que la mayoría de las reservas de combustibles fósiles deben permanecer bajo tierra.
Eso requiere la eliminación gradual de los subsidios a los combustibles fósiles y el desplazamiento de las inversiones de las corporaciones que continúan explorando nuevas reservas de combustibles fósiles de manera incompatible con el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura.
Paralelamente, se necesitan esfuerzos ambiciosos para asegurar una transición justa, en la que los trabajadores de las industrias afectadas reciban apoyo y las inversiones se destinen a respaldar los sistemas de energía renovable. La construcción de sistemas de energía seguros, asequibles, confiables y eficientes, basados en fuentes renovables, que satisfagan las necesidades de desarrollo de las comunidades, puede ayudar a enfrentar la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental.
Hay que reconsiderar el sector agrícola:
La agricultura debe cumplir su función fundamental de proporcionar alimentos saludables y nutritivos y ponerlos a disposición de todos, y contribuir así a eliminar el hambre en todo el mundo.
La agricultura no debe utilizarse únicamente por su potencial para capturar carbono, ni para favorecer los intereses de las grandes empresas a expensas de los agricultores pobres y la salud de las personas.
La agroecología debe promoverse especialmente como una práctica particularmente adaptable y resistente, especialmente para los pequeños agricultores, y como un modelo que garantiza el bienestar humano, comunidades más fuertes y el cuidado del medio ambiente.
Los puntos mencionados anteriormente también están en el centro de las diversas acciones que la amplia comunidad católica está llevando a cabo para hacer realidad la visión de Laudato Si’ y el Acuerdo de París. Renovamos nuestro compromiso de tomar medidas audaces para vivir el cambio que pedimos dentro de nuestras instituciones. Creemos firmemente que esta conversión ecológica es también un desafío espiritual. Alentamos todas las iniciativas dentro y fuera de la Iglesia católica, que ya es testigo de que es posible, alcanzable y más justo vivir de una manera más sostenible. En última instancia, esto es clave para la supervivencia de la especie humana.
Declaración escrita con la colaboración de las redes católicas Caritas Internationalis, CIDSE y el Movimiento Católico Mundial por el Clima
Los obispos piden un cambio de paradigma financiero, basado en la Agenda de desarrollo Sostenible 2030, que consiste en 17 objetivos impulsados por la ONU. En palabras del organismo internacional, es «un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia».
TEMA DE LA SEMANA: PREPARADOS PARA ACTUAR A FAVOR DE LA JUSTICIA CLIMÁTICA
Publicado en la edición impresa de El Observador del 6 de enero de 2019 No.1226