Por Jaime Septién

“La crisis climática nos está matando”, dijo António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, tras la publicación del informe anual que desde 2016, un grupo de 99 investigadores internacionales analiza a partir de cuarenta indicadores climáticos y que se publicó en la revista The Lancet Countdown.

Esta crisis, ligada a la quema de combustibles fósiles, se ha convertido en un gravísimo problema de salud en todo el mundo y, al mismo tiempo, está creando un nuevo tipo de migrantes, “los migrantes climáticos”; personas que no dejan sus países solo por la guerra, sino por las consecuencias del cambio climático que padece el planeta.

La quema de combustibles fósiles, responsable del 80 por ciento de los gases que provocan el efecto invernadero, está generando intensas olas de calor, inundaciones y sequías prolongadas que inciden, de manera directa, en la salud de los seres humanos, especialmente de los países y las regiones más pobres en los que se pierden las cosechas y aumenta el hambre.

El calor extremo además de alterar la salud mental, aumentar las enfermedades cardiovasculares y respiratorias, propiciar golpes mortales de calor y trastornar los patrones de sueño, afecta directamente a los mayores de 65 años. De hecho, las muertes de este grupo etario relacionadas al calor aumentaron 68 por ciento en el último lustro.

El estudio llega a la conclusión de que “el cambio climático está socavando cada vez más todos los pilares de la buena salud y agravando los impactos de la actual pandemia de la covid-19 y los conflictos geopolíticos”, particularmente el conflicto ruso-ucraniano que estás dejando al mundo sin cereales y granos y a muchos países de África con hambre extrema.

Los que salen por el clima

El cambio climático se está convirtiendo, a su vez, en un motor de las migraciones forzadas. Países como Guatemala u Honduras (tercero y cuarto más vulnerables al cambio climático en el orbe), además de los fenómenos de violencia y de las catástrofes naturales, han experimentado un prolongado período de sequía que obliga a muchos a emigrar al norte o a otras partes del país.

Según la revista “Entremundos”, debido al cambio climático, las sequías y las canículas en Guatemala aumenten en intensidad, severidad, extensión y duración, incrementándose la frecuencia de su ocurrencia, así como la vulnerabilidad y el impacto en la población” que habita en las zonas más pobres del país centroamericano.

Apunta la revista: “Guatemala no puede comparar su contribución al cambio climático con las de los países desarrollados, pero debido a su alta vulnerabilidad y poco desarrollo ambiental está sufriendo las repercusiones de esta problemática”. En otras palabras: los países desarrollados provocan el cambio y los países en vías de desarrollo lo sufren.

Por causa de desastres naturales y cambio climático unos 340 mil guatemaltecos se desplazaron en 2020, tanto al interior como al exterior, situación que posiciona al país como el cuarto más afectado del mundo, de acuerdo con el Informe sobre Migraciones de 2022, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

En México, el segundo país a donde más emigran los guatemaltecos (el primero es Estados Unidos) han nacido diversas organizaciones que –como Sin Fronteras, una organización civil que trabaja para contribuir al cambio de las condiciones en las cuales ocurren las migraciones internacionales y el asilo—están comenzando a poner énfasis en los migrantes climáticos.

Visibilizar y atender el problema

Sin Fronteras intenta mostrar “cómo los efectos del cambio climático y otros desastres no asociados generan nuevos desplazamientos de ciudades y fronteras de miles de personas que habitan en comunidades de por sí afectadas por otras problemáticas sociales como la violencia, la pobreza o la inseguridad, y en qué hacer para visibilizar y atender el tema”.

En su trabajo, Sin Fronteras ha encontrado que muchos migrantes que llegan a México salieron de comunidades y pueblos originarios donde se dedicaban a labores como la agricultura y la ganadería. Y aunque el fenómeno migratorio es multifactorial están los efectos del cambio climático y otros desastres socioambientales.

Para esta organización no obstante resulta evidente el incremento de la movilidad humana como consecuencia del cambio climático, todavía no hay una respuesta colectiva que permita “soluciones urgentes, colectivas y de largo plazo”. Si bien se reconoce el asilo por la violencia o la pobreza, apenas si se reconoce a quienes migran por el calentamiento global.

Sin Fronteras considera prioritario “impulsar, promover, planificar y ejecutar acciones articuladas, integrales y transversales de prevención, mitigación, atención, regularización migratoria e integración social, desde una perspectiva de derechos humanos que atiendan la movilidad humana internacional, regional y nacional ante la crisis climática actual”.

Esto último –frente al fenómeno migratorio forzado por el cambio climático que experimenta el mundo– permitirá “construir sociedades resilientes e incluyentes con esquemas de movilidad humana que beneficien a todos”. Ya lo decía el Papa Francisco en la encíclica Laudato Si’:

El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 27 de noviembre de 2022 No. 1429

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