Por Luis Fernando Valdés
Hace 55 años, el Papa Pablo VI realizó un viaje a Tierra Santa, que cambió el paradigma del pontificado romano. Aunque han pasado los años, ¿por qué sigue presente este gesto que marcó el rumbo de la Iglesia contemporánea?
El contexto
Estaba muy reciente el Concilio Vaticano II, que tuvo la misión de establecer las pautas de la nueva relación de la Iglesia católica con el mundo contemporáneo. Quedaba, entonces, la enorme tarea de llevar a la práctica esos principios, y no había antecedentes de cómo hacerlo.
El Pontífice de ese momento era Pablo VI, quien tuvo la intuición de que con un viaje a Tierra Santa podía dar varios mensajes fundamentales sobre la paz, el ecumenismo y la relación de la Iglesia con los judíos, en un contexto que, por sí mismo, fuera un gran signo para reforzar sus discursos.
El primer viaje apostólico
El Papa anunció con un mes de anticipación que visitaría la tierra de Jesús del 4 al 6 de enero de 1965. Hasta ese momento, los pontífices no solían viajar y por eso resultó novedosa y revolucionaria esta iniciativa de Pablo VI.
Sería Juan Pablo II quien nos acostumbraría a que viajar por todo el mundo es lo «normal» para un Papa. Por eso, podemos decir que este viaje de Pablo VI fue decisivo para la Iglesia, porque estableció un nuevo modo de cercanía entre un Pontífice y los fieles católicos del mundo entero.
Un gran encuentro ecuménico
El diálogo y la reconciliación entre las diversas confesiones que creen en Jesucristo, como Dios y Señor, es lo que se llama «ecumenismo». Tras casi un milenio de desencuentros entre católicos y ortodoxos, el Concilio Vaticano II impulsó el desarrollo del diálogo ecuménico entre ambas confesiones.
Fue el 5 de enero cuando, en el Monte de los Olivos, Pablo VI se reunió con Atenágoras, el Patriarca de Constantinopla, líder de las Iglesias ortodoxas, proveniente de Grecia. Un gran abrazo y la oración del Padrenuestro en la lengua oficial de cada Iglesia, latín y griego, fueron el inicio de muchos encuentros futuros.
Juan Pablo II se reuniría después con casi todos los patriarcas de las Iglesias ortodoxas, y 51 años más adelante, en febrero de 2016, el Papa Francisco tendría un histórico encuentro con un patriarca ruso, Cirilo, en Cuba, pues era la primera vez que se encontraban un obispo de Roma y un patriarca de Moscú.
Un Papa con sentido del futuro
Pablo VI, canonizado en 2018 por Francisco, fue un hombre con grandes cualidades humanas y espirituales. Tuvo la poco común cualidad de saber visualizar los problemas que sobrevendrían al mundo y, por eso, supo proponer respuestas «proféticas», es decir, que se adelantaban a su propia época.
Él mismo comprendió que este viaje a Tierra Santa marcaba una nueva época y así lo manifestó a su regreso a Roma, aquel 6 de enero. En su mensaje afirmó que esa visita apostólica no fue «solamente un hecho singular y espiritual», sino que «se ha transformado en un acontecimiento que puede tener gran importancia histórica».
Y luego explicó cuál era esa importancia histórica. Se trataba, quizá, de «un comienzo de nuevos eventos que pueden ser grandes y benéficos para la Iglesia y para la humanidad». Y así fue. Primero Juan Pablo II, luego Benedicto XVI y ahora Francisco han sido protagonistas de la paz, del ecumenismo y de la justicia social, precisamente a través de sus viajes apostólicos.
Epílogo
San Pablo VI es un personaje que las nuevas generaciones debemos redescubrir. Su profunda visión del mundo desde la fe hizo posible el gran diálogo actual entre la Iglesia y la sociedad contemporánea.
Sus viajes y sus escritos fueron una gran base para la evangelización, el ecumenismo, la paz y la justicia de las que han seguido predicando sus sucesores. Y todo esto se puso en marcha hace 55 años, en aquel viaje del Papa Pablo a Jerusalén.
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Publicado en la edición impresa de El Observador del 13 de enero de 2019 No.1227