“El pastor esquila las ovejas, no las devora” Suetonio
Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
Hace poco el académico Carlos Martínez Assad me compartió su inquietud ante el hallazgo de un rico filón para un sociólogo de su talla, el de la cultura eucarística, pero también, me decía, casi inexplorado.
Acicateado por esta charla, contándome entre los que tuvieron el privilegio de recibir ese signo un 25 de diciembre, echo mi cuarto a espadas retomando lo que el Papa Francisco planteó apenas este 10 de noviembre del 2018, al comité que prepara, dentro de poco más de un año, el 52º Congreso Eucarístico Internacional en Budapest.
El Papa alude con insistencia en torno a la «cultura eucarística», que define como «una forma de pensar y trabajar fundada en el sacramento, pero que se puede percibir también más allá de la pertenencia a la Iglesia».
Y lo hace desde la acción concreta de participar en la misa ®en la escucha de la Palabra y en el gesto del Pan partido», de modo que aun «la asamblea más pequeña y humilde de creyentes se convierte en el cuerpo del Señor, su sagrario en el mundo». Ahora bien, para el obispo de Roma, la participación en este misterio ofrece a quien lo hace suyo los pilares de la cultura eucarística: la comunión, el servicio y la misericordia.
La una alude a la fraternidad que ha de entablarse siempre entre los que se alimentan de su Cuerpo y de su Sangre, siendo «el verdadero desafío de la pastoral eucarística» vivir con Cristo y en Cristo «en la caridad y en la misión».
La otra, el ámbito en el que un «cuerpo ofrecido por las multitudes» se convierte también en el «vientre que da a luz a la Iglesia, donde Jesús lavó los pies a sus discípulos» para que ellos, haciendo suyo el gesto, llevaran «el bálsamo de la misericordia con las obras espirituales y corporales», a «las familias con dificultades, jóvenes y adultos sin trabajo, ancianos y enfermos solos, migrantes marcados por la fatiga y la violencia —y rechazados—, como también otros tipos de pobreza», dotando a cada bautizado con la energía y entereza del que puede trasplantar por doquier la cultura eucarística «haciéndose servidores de los pobres, no en nombre de una ideología, sino del Evangelio mismo».
De la misericordia, el obispo de Roma señala que una vida eucarística es para conjurar el miedo, la opresión, la arrogancia, la iniquidad, el odio, las barreras y el abandono del medio ambiente, pues tiene ante sí al «Cordero de Dios inmolado, pero que está en pie, hace surgir de su costado abierto ríos de agua viva, infunde su Espíritu para una nueva creación y se ofrece como alimento en la mesa de la nueva pascua», como si una unidad de sangre se transfundiera en las venas del mundo para ayudar en la construcción de «la imagen y la estructura del Pueblo de Dios adecuadas para el tiempo de la modernidad».
Si ningún signo sagrado ha producido en términos de patrimonio tangible e intangible, nada comparable al culto eucarístico, patente en los monumentos edificados desde hace 1650 años, junto con paramentos, obras de arte, música, liturgia y orfebrería, tampoco ninguno es más incomprendido en nuestros tiempos, de secularismo galopante, y ello lo echamos de ver en el secuestro consumado por la ramplonería del consumismo materialista para corromper la esencia de la Pascua de la Navidad sin que apenas nadie se inmute.
A semejanza del Niño de Belén, la Navidad es tiempo de convertirse uno en regalo, no en esperarlo de los demás…
Publicado en la edición impresa de El Observador del 30 de diciembre de 2018 No.1225