Por  Fernando Pascual

¿Por qué los creyentes en Cristo predican el Evangelio? La respuesta es sencilla: porque han recibido amor y porque quieren amar.

Cristo, Hijo del Padre hecho Hombre en el seno de la Virgen María, nos ha manifestado el gran Amor del Padre hacia los hombres.

Desde entonces, la misericordia es ofrecida a todos. Basta abrir el corazón, dejarse transformar por Cristo, y recibir un perdón que rescata.

Pero el Evangelio no ha llegado a muchos. Millones de seres humanos no conocen a Cristo como Salvador, no lo acogen como el que puede librarlos del pecado y darles una vida nueva.

De ahí surge la misión, la llamada del Maestro para llevar su salvación a quienes lo esperan y necesitan sin saberlo.

«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19‑20).

La Iglesia católica, desde sus inicios, ha buscado ser fiel a este mandato del Señor. La misión evangelizadora se expandió, con la fuerza de la caridad, primero a los lugares más cercanos a Jerusalén, y luego cada vez más lejos.

Por eso los católicos sentimos, desde el amor que hemos recibido, un fuego interior que nos lleva a compartir el tesoro de nuestra fe a todos los que quieran recibirlo.

En tantos lugares donde falta luz, falta esperanza, falta perdón mutuo, falta humildad, falta alegría verdadera, el Evangelio está destinado a convertirse en fuente de vida auténtica, para el tiempo presente y para la eternidad.

Las palabras de san Pablo resuenan también en nuestros corazones: «Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y (ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9,16).

Sí, es un deber, porque Cristo ama también hoy, porque se ofrece a Sí mismo como Camino, como Verdad, como Vida. Para su Amor no existen barreras ni límites, pues quiere llegar a todos y salvarlos para siempre.

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